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Motivación – Por Domingo Negrín Moreno

Tras una caída, hay muchas razones para ponerse en pie. La de seguir adelante quizá sea la principal. Para ello, se necesita una motivación más poderosa que el dolor del golpe. Después de un aterrizaje forzoso, la inteligencia emocional se adentra en la pista de despegue para levantar el vuelo.

Antes de emprender un viaje hacia algún lugar, debemos estar preparados para una experiencia traumática en el aeropuerto. Superada la prueba de la facturación del equipaje, el control de seguridad desnuda tu paciencia y, si te sales de la norma, te enseñan la tarjeta roja en la puerta de embarque. Puedes elegir entre el exilio interior y una escapada al infinito. En el tránsito percibimos extrañas señales y sensaciones entrelazadas ante un fenómeno repentino que se cruza en nuestra vida. En los límites del conocimiento, la mirada desorbitada de la utopía aplica una turbulenta influencia sobre tu conciencia.

A estas alturas del relato, confieso que con las azafatas estoy en las nubes. Mis aventuras con ellas son literalmente fantásticas. En cierta ocasión, una me lanzó un beso volado y tuve que realizar una escala técnica. Excepcionalmente, durante el trayecto de Fráncfort a Madrid en una aeronave de Lufthansa dormí a velocidad de crucero. Era temprano. Aquel día me había acostado a la una (¿o serían las dos?) de la madrugada en un hotel de Berlín. En sueños me acariciaba una mujer. De pronto abrí los ojos y observé que una moza de uniforme azul me tocaba con ternura para ofrecerme el desayuno. Me alcanzó la bandeja cariñosamente, sonreímos, dio la media vuelta y su contoneo por el pasillo despertó mi apetito.

De ese instante guardo una cucharilla de café del mismo color que su indumentaria y me quedo con que la confianza pilota mi destino en una cabina de ilusiones mundanas.

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