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Pan con mantequilla – Fran Domínguez

La guagua gris de don Simeón, siempre bulliciosa. Los gritos de júbilo de quienes salen de clase y retornan al hogar. La mochila cargada hasta los topes, sobre todo ese libro grandote de Sociales. Mamá en la cocina, que te mira y sonríe. La merienda en el ambiente. Olor a café con leche y a pan con mantequilla. Antes, hay que cumplir con la tarea. Insufribles matemáticas, se te atragantan. Debes hacer un mandado a la tienda. Enciendes -que no se te olvide- el televisor: un Westinghouse enorme, con los bordes de madera. Es como si pusieras en marcha una ruidosa máquina. Se ve un puntito pequeñito en la pantalla: sabes que te dará tiempo de ir y traer la compra, y cuando vuelvas no vas a ver aún la carta de ajuste abarcando toda la imagen. Saludas a los chicos en la calle, unos juegan al trompo y otros al boliche. Tienes prisa y apuras el paso. Enseñas raudo el papel con las viandas a Caridad y le dices que te lo apunte. Saluda a tu madre, te comenta. Subes por las escaleras como si el alma te fuera en ello y tocas rápido la puerta. Nada más entrar, oyes música en el cuarto de la tele. El armatoste por fin anda. Esperas que no falle y no salten los plomos, como ayer. Ya falta poco. Estás nervioso. Va a empezar. Hace días se fue uno de ellos, el más querido, pero a pesar de la pena no faltan a la cita. Se encuentran todos. Ha entrado uno nuevo, que funciona bien, aunque apenas habla y gesticula mucho. Comienza… Claro, que estamos bien, cómo no vamos a estarlo. Te ríes, te ríes a rabiar, a carcajada limpia. Mira que te hacen reír, en especial ese de la narizota que reparte gorrazos y tartazos a diestro y siniestro, que siempre mete la pata y culpa a los otros. Es tu preferido… Y cantan, y cantas. Eres feliz, inmensamente feliz. Mañana, otra vez más. Es la mejor merienda de tu vida. Gracias, Miliki, muchas gracias…