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Pulgas – Por Miguel L. Tejera Jordán

Hoy, estimado lector, me ocuparé de un tema cotidiano de la vida que, además, quiero abordar con la máxima delicadeza y respeto hacia la persona de la que me ocupo, necesitada de cariño, compañía, comprensión y de la ayuda de la asistencia social, especialmente en lo que afecta a su higiene personal y las concernientes a su alimentación, así como los cuidados de su, a todas luces, precaria salud.

Les hablo de una señora mayor, delgada y encogida que, cada mañana, acude a un banco de la rambla acompañada de sus tres perros. La señora toma asiento en el banco, al que sube a sus tres pequeños animales. Y allí, pacientemente, un día sí y el otro también, procede a despulgarlos concienzudamente, buscando los parásitos entre el tupido pelaje de los canes. A medida que los encuentra, los aplasta entre las uñas de los pulgares de sus dos manos.

La señora fuma, fuma mucho. Tal es así que porta un cigarrillo de forma casi permanente entre la comisura de sus labios. Ni que decir que, entre pulga que encuentra y pulga que escacha, se lleva sus dedos pulgar e índice (de una y otra mano) al filtro de su cigarrillo, amén de que sacia su sed de una pequeña botella de agua que también se lleva a la boca.

No necesito explicar a nadie que las pulgas son insectos que chupan la sangre de mamíferos y pájaros. Y que trasmiten infinidad de enfermedades, como el tifus o la peste bubónica, amén de que contribuyen no poco a la proliferación de tenias o solitarias que se alojan en el aparato digestivo de los seres vivos, entre ellos los humanos. Dejan la piel, que pican, llenas de sarpullidos y ponen de 15 a 20 huevos por día durante sus varios meses de vida.

La señora, sin duda, no parece consciente de sus actos. No le recrimino lo más mínimo. En realidad me causa una pena tremenda, además de mucho asco con lo que hace, algo que, en circunstancias normales, únicamente puede considerarse como una verdadera cochinada.

No sé si tiene familia o vive sola. Está claro que quiere mucho a sus pequeños perros y que, probablemente, nunca haya recibido tan buen trato de sus congéneres como de los tres perrillos que la acompañan.

Pero también está claro que los servicios sociales municipales deben hacer algo de inmediato, no solo para evitar una conducta a todas luces contraria a la higiene. Y sobre todo a la salud colectiva. La Rambla está llena de personas a todas horas. Hay muchos niños y niñas. Y gentes de todas las edades que acuden a los bancos a sentarse, tomar el sol, conversar con las amistades o leer un periódico.

Además está la salud de la buena señora. Urge que la ayuden a asearse convenientemente, que le den de comer y la lleven a un médico para que la reconozca y le mande unos análisis por si fuera víctima de alguna enfermedad indeseable.

Espero que desde el Ayuntamiento le presten asistencia. La ayuden a ella para que, de camino, se erradique de las ramblas un espectáculo al que prefiero no adjudicar ningún adjetivo…