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¿Qué pasó? – Irma Cervino

Menudo susto me llevé el otro día cuando, al regresar del supermercado, me encontré con tres coches de policía y el vecindario entero apostado en la puerta del edificio. Por supuesto me temí lo peor: fuego, un asesinato o algún anuncio oficial de la presidenta de la comunidad. Estaba tan nerviosa que arranqué de cuajo la banda de seguridad de la policía y corrí hacia el portal hasta que uno de los agentes me paró en seco.

En la esquina vi al farmacéutico, y él me dio la mala noticia: “Han secuestrado al hijo de los Padilla”. Al parecer todo había ocurrido muy rápido. El pequeño se había quedado solo cuando la abuela subió a tender la ropa a la azotea y, en ese momento, alguien tocó a la puerta, el niño abrió y pasó lo que pasó. La policía interrogaba a la abuela del niño pero la pobre señora no acertaba a explicarse.

Contó que, cuando bajó de la azotea, intentó abrir la puerta de la casa que estaba cerrada por dentro; entonces, empezó a golpearla y escuchó a su nieto gritarle que tenía acorralado al ladrón y que fuera rápido a avisar a la policía. El tiempo corría en contra y los vecinos empezaron a arengar a la policía para que hiciera algo ya de una vez. Úrsula, la presidenta, le dijo al que debía ser el jefe que el edificio pagaba sus impuestos religiosamente y que era su obligación rescatar al niño con vida.

Dos de los agentes subieron por la escalera y bloquearon la entrada a la vivienda, al tiempo que otros dos salieron al balcón del quinto derecha y se dejaron caer como los hombres de Harrelson hasta una de las ventanas de los Padilla. Fue todo tan rápido que en menos de un minuto los cuatro policías regresaron a la calle con el “detenido”.

El asombro fue máximo cuando vimos que se trataba de Ramón, el cartero que hacía lo menos año y medio que no pasaba por el barrio. El pobre trataba de explicar que lo único que había hecho era subir a dejar una carta. Úrsula, avergonzada, reprendió al niño por haber montado un escándalo que pronto sería la comidilla de toda la calle.

Él se disculpó y dijo que nunca antes había visto a un hombre tan raro, con esa chaqueta y esa gorra, que pensó que era un ladrón de guante blanco, y que por eso lo encerró y amenazó con el bastón del abuelo hasta que llegó la policía.

Por la tarde, cuando Andrés Padilla, el padre del pequeño secuestrador, regresó a casa del trabajo y se enteró de lo ocurrido, se llevó un disgusto monumental y mantuvo una conversación muy seria con su hijo en la que le explicó qué era un cartero: “Hijo es el que antes repartía los whatsapps”.