avisos políticos >

Respetos – Por Juan Hernández Bravo de Laguna

La primera característica del Estado de Derecho es el imperio de la Ley o supremacía del Derecho. Y eso quiere decir algo tan claro como que en dicho Estado todos estamos sometidos a la Ley y todos somos iguales en ella y ante ella. Pues bien, el presidente en funciones de la Generalitat y candidato de Convergència i Unió en las próximas elecciones autonómicas catalanas, Artur Mas, autoerigido en líder mesiánico independentista catalán, se ha permitido afirmar que “ni tribunales, ni Constituciones, ni nada de lo que nos pongan por delante frenará el camino de la independencia de Cataluña”. Y ha añadido que nada hará frente a lo que él denomina la “fuerza de la democracia”. También ha pedido el apoyo a todos los ciudadanos, “los que tienen apellido tradicional catalán y los que no”.

Son unas declaraciones más que preocupantes por muchos motivos. Y el primero de ellos es que ponen de manifiesto que lo que está en juego en Cataluña no es su independencia de España, sino algo tan básico y fundamental como la propia democracia. Porque fuera de la Constitución y la Ley, fuera del Estado de Derecho no hay democracia posible. Habrá populismo (en Canarias sabemos mucho de eso), habrá demagogia (algo sabemos en Canarias), habrá muchas cosas, pero ninguna será democrática. No en vano el Estado de Derecho nació históricamente junto al constitucionalismo y alumbró las primeras Constituciones, como la gaditana española. Ponerse por encima de la Constitución y la Ley es propio de todos los dictadores que en el mundo han sido. Y apelar a la fuerza de unas supuestas masas en la calle también. Sin ir más lejos, Franco lo hacía con bastante éxito en la madrileña Plaza de Oriente. En ese sentido, Artur Mas tiene todavía mucho que aprender.

Pero es que, además, Cataluña y su Generalitat existen, Artur Mas es presidente de su Govern, y las elecciones autonómicas catalanas se van a celebrar gracias a la Constitución y sus leyes de desarrollo, lo cual convierte el asunto en decididamente surrealista. Un Gobierno que se coloca por encima de la Constitución y de las leyes, gracias a las cuales es Gobierno, y que proclama su desprecio por ellas mientras que, sin embargo, sigue exigiendo obediencia a sus ciudadanos es un gravísimo peligro para la democracia. De hecho, ya se ha colocado fuera de ella. El falso dilema antidemocrático que plantea el independentismo catalán es que si para respetar la voluntad del pueblo catalán hay que pasar por encima de la Constitución, no hay más remedio que hacerlo. En democracia el dilema es justamente al revés: la única forma democrática de respetar la voluntad del pueblo catalán es respetando la Constitución y las leyes. En cuanto a la petición de apoyo a todos los ciudadanos, “los que tienen apellido tradicional catalán y los que no”, solo hay que decir que era de esperar y que, al final, los nacionalismos terminan enseñando por debajo de la puerta la patita del racismo y la xenofobia más vulgar y rastrera.

En otro orden de cosas, Artur Mas ha declarado que Cataluña quiere independizarse de España porque “no le han dejado otra opción”, y ha resaltado que el objetivo “no es romper nada”. ¿Cómo que no es romper nada? Para empezar, es romper una unión que en su versión actual cuenta con cinco siglos de antigüedad, y que se remonta a los romanos y los visigodos. Y no es la primera vez que plantea la separación de Cataluña en eso términos. Es como si el independentismo catalán quisiera tirar la piedra y esconder la mano, como si no se atreviera a asumir plenamente lo que está intentando y sus consecuencias.

Por lo que respecta a que Cataluña quiere independizarse de España porque no le han dejado otra opción, ya está bien. A los nacionalistas catalanes hay que exigirles que dejen de buscar coartadas, excusas o pretextos para su independentismo, que dejen de exhibir supuestos agravios e incomprensiones, y cesen de lloriquear. En estos momentos es la exigencia del pacto fiscal y en otros momentos serán otras exigencias. Cualquier cosa vale para responsabilizar al Estado de una ruptura que está en la base de sus ideas y su acción políticas. Para responsabilizar al Estado de una falta de lealtad institucional que les hace usar la Constitución, el Estatuto y las leyes como meros instrumentos de usar y tirar. Porque hablar de centralismo y de escasa asimetría en la coyuntura actual española es sencillamente una ofensa y un escarnio. Aparte de que significa mentir con descaro. Ningún federalismo y ninguna asimetría pueden llegar a destruir el Estado, y los catalanes -y los vascos- han conseguido más federalismo y más asimetría de la que un Estado digno de ese nombre puede soportar razonablemente. Y no entramos en temas tales como las terribles implicaciones financieras de la situación. No, se trata de algo tan simple como que los nacionalistas catalanes quieren la independencia de Cataluña -su constitución como Estado independiente de España-. Y la quieren pase lo que pase con el federalismo y la asimetría, y haga lo que haga España.

Hay que apresurarse a aclarar que esa independencia es un objetivo político legítimo que no necesita justificarse con coartadas ni supuestos agravios. Y que lo único que se les pide -se les exige- a los independentistas es que respeten la Constitución y las leyes, es decir, que se respeten a sí mismos y respeten la voluntad de su pueblo.