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Rigor horario> Por Luis Alemany

Informa la prensa tinerfeña que los funcionarios municipales de esta capital se someterán, a partir del mes de en enero del próximo año, a un riguroso sistema de control horario; lo cual no puede por menos de plantearnos un cúmulo de cuestiones de muy diversa índole, la primera de las cuales -claro está- sería preguntarse si ese control horario no existía anteriormente, o -si existía- se cumplía irregularmente o se incumplía, porque -piensa uno- exhibir esta rigurosa decisión como un triunfo de la eficacia laboral supone admitir implícitamente que con anterioridad no se aplicaba correctamente una normativa que estaba vigente; por más que no piense uno que la solución de este país sea extremar esa fiscalización policial, porque el rendimiento de un funcionario no depende del número de horas que pase detrás de una mesa, sino de lo que haga allí; de tal manera que un amigo, que trabajaba en un puesto ejecutivo en Refinería, comentaba -con respecto a su labor- que quien desde las siete y media de la mañana (hora de comenzar la jornada) y las once no hubiera resuelto todas las chorradas consuetudinarias correspondientes era un inepto, y cada día a las once y media solía encontrármelo en algún bar tomando whisky hasta la hora de almorzar.

A partir de mis pintorescas peculiaridades laborales no tengo experiencia acerca de la posible eficacia de tales rigurosos controles horarios, y -tal vez- mi carácter un tanto acrático pueda desconfiar un tanto de tales imposiciones: mi única experiencia cercana a la burocracia laboral fue ejercer la gerencia del parque municipal Viera y Clavijo, cuando se inauguró hace treinta años, pero en una estructura tan depauperada que me obligaba a estar en la calle todo el día, tratando de solucionar los problemas que me creaban Miguelito Zerolo (entonces concejal de cultura) y Gilberto Alemán (también concejal), de tal manera que -por tales motivos obvios- nunca estuve allí sometido a horarios: en la docencia universitaria (que transité más largamente) tampoco funcionaba el reloj, de tal manera que, en un curso, un compañero mío solo asistió al aula el primer día del curso y el último.

En cualquiera de los casos, no puede por menos de resultarle a uno difícil de entender esta preocupación tan rigurosa por los horarios de los funcionarios municipales, en unos momentos en que ha surgido la amenaza de suprimir a 5.000 de ellos, que -se supone- no tienen nada que hacer: más elegante sería dejar que los que todavía quedan trabajen (o lo que sea) a su aire.