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Sacrificios> Por Jorge Bethencourt

Nuestro dinero es nuestro trabajo. Resulta oportuno recordarlo. Cada mañana, cuando usted se toma un cortado, está pagando lo que consume con una parte del resultado de su trabajo diario. Y a su vez, está distribuyendo ese beneficio en el sueldo de la persona que hace y le pone el cortado, con su trabajo, y el empresario que compró el negocio, la cafetera y el café, que a su vez, con su trabajo, distribuyen dinero en otros circuitos.

En todas esas transacciones hay un socio ausente. Alguien que no está, pero que de manera invisible participa en todas las relaciones económicas. Parte de nuestro trabajo se entrega en impuestos a una Administración omnipresente en el salario del camarero, en el nuestro, en el precio del café, de, azúcar, del bar… A ese socio invisible le entregamos un trozo de nuestro trabajo para que se ocupe de una serie de tareas y servicios públicos.

En las viejas películas de gansters al dueño de un negocio se le cobraba para que su empresa no sufriera un incendio “accidental”. La diferencia entre quienes cobran un impuesto legítimo y quieres recaudan un dinero por la coacción y la amenaza no es sólo de tipo jurídico, sino de utilidad. Los gobiernos cobran porque prestan un servicio de interés general, mientras que las bandas mafiosas cobran porque amenazan con destruir el negocio. Lo primero es una utilidad y lo segundo una extorsión. Cuando las dos cosas empiezan a parecerse, las cosas van muy mal.

La crisis financiera, de la deuda soberana y de la economía no es universal, no afecta a todos los países. Y dentro de los que la sufren, algunos ya se han recuperado o están a punto de hacerlo. Estados Unidos, Alemania o Gran Bretaña están en un escenario bien distinto del que padecen países como el nuestro. Y eso no es producto de una maldición bíblica, sino de una serie de factores de diversa índole: la calidad institucional, la solvencia de las administraciones, el costo y la eficacia de sus estructuras productivas…

Las democracias sociales de mercado han creado sociedades más justas y solidarias sobre la base de una fuerte presión fiscal sobre sus ciudadanos. Ese logro tiene ahora unos costos difíciles de mantener en momentos de recesión y parálisis del crecimiento. La gran trampa es que los sacrificios no sólo pueden recaer en los que pagan y en los que reciben servicios y ayudas sociales. Tiene que afectar a los costos y recursos de esos gestores del bienestar. Pero cuando les ha llegado la hora de asumirlos, han decidido dar otra respuesta. Mañana los verá usted en la calle, junto a la gente cabreada. Como si tal cosa.

@JLBethencourt