Retiro lo escrito>

Secuencia> Por Alfonso González Jerez

No lo encontrarán en los libros de Soboul, Lefebvre o Furet, pero la revolución francesa empezó con un chiste. Un chiste político, desde luego. Los chistes (políticos) son peligrosísimos y basta con que un gangoso difunda un gracieta para que caiga un régimen. El hecho es que a principios del verano de 1789 permanecían encerrados en La Bastilla una compañía de cómicos particularmente desagradables que no tenían maldita gracia. Una mañana luminosa se les ocurrió un número desternillante sobre las medias de Luis XVI.

Por desgracia lo escucharon varios transeúntes a través de los ventanucos de la prisión y el chiste corrió como la pólvora por todo París. En tres cuartos de hora se habían concentrado miles de personas rodeando la Bastilla y al anochecer la asaltaron, la quemaron, la destruyeron sin dejar piedra sobre piedra. Luego llegó la convocatoria de los Estados Generales. Y la Convención. Y Robespierre. Y la ejecución del mismo Luis XVI que quizás no se enteró del letal chiste sobre sus propias medias. La revolución jacobina transformó Francia y su formidable influencia alcanzó durante siglos al resto del mundo, aunque la llegada de Napoleón al poder significó el regreso al orden y la estabilidad social. Más revoluciones.

El ascenso de la burguesía y la aparición del proletariado, el socialismo, el comunismo y el anarquismo, la pérdida del Imperio colonial español, la revolución soviética bajo el liderazgo de Lenin, el fascismo y el nazismo, Franco, Franco, Franco, Fernando Díaz Plaja que se acaba de morir, el seiscientos, la financiación del capitalismo globalizado, la recesión económica y el desahucio de decenas de miles de personas por las hipotecas impagadas y Paulino Rivero convertido en presidente del Gobierno de Canarias. Y todo por un chiste bobalicón que se le ocurrió a una abominable compañía de comediantes ineptos en una sucia mazmorra parisina.

Es reconfortante que exista un equipo profesional que no está dispuesto a que se abra otra fatal secuencia histórica, de resultados espantosamente imprevisibles, que podría empezar con el hundimiento de la comunidad autonómica canaria hasta el fondo del océano en plena noche y sin alerta del 1-1-2. Bendita la mano bienhechora o el pie ungulado que supo hacer callar a la compañía Abubukaka y reprimir sus sacrílegos instintos. Los más frívolos lo llamarán censura, pero se trata, en realidad, de pura responsabilidad histórica.