esto no se cobra>

Una semana provechosa> Cristina García Maffiotte

Esta semana aprendí que Santa Cruz es como Nueva York. No por rascacielos ni por actividad cultural. Tampoco por cosmopolita por mucho auditorio, TEA y charca frente al Cabildo que tengamos. Somos como Nueva York porque allí también se quedan sin luz cuando llueve. Que aquí sea cuando caen cuatro gotas y allí cuando se forma la tormenta perfecta es solo una cuestión de matices, porque lo importante es la cuestión de fondo: Endesa es un desastre.

Descubrí, también, que en algo superamos a los americanos. Que aquí sí le ponemos nombres chulos a las tormentas, no como ellos. Aquí las llamamos Delta y allí le ponen nombre de rubia de bote que toma el sol en una playa de California. Que no es lo mismo decir que el Delta ha tumbado unas torretas que titular diciendo una Sandy obliga a evacuar una ciudad. No hay comparación.
También me fui a la cama sabiendo algo nuevo; que aquí a las magdalenas las llamamos muffins, que queda más fino; vamos todos con un Ipad, seguimos con mucha curiosidad la tormenta Sandy como si en vez de a Nueva York amenazara a El Sauzal y estamos más pendientes de la carrera electoral de Obama que de las elecciones gallegas, pero celebrar Halloween es una magada americana. Como si pasado mañana no empezaran a verse papanoeles colgando de los balcones y no llamáramos nuggets a lo que siempre fue pollo empanado. Eso sí, pero ponernos una máscara no, que es un atentado contra nuestras tradiciones ¡pero si lo que aquí sobran son fantasmas! Otra gran lección de la semana fue comprobar que la presentadora Mariló Montero y la ministra de Trabajo (o de Paro), Fátima Báñez fuman lo mismo… bueno, lo mismo y de la misma mala calidad porque solo así se puede explicar que una diga que el alma está en los riñones y a la otra, tres días después de que la EPA arrojara la cifra de casi seis millones de parados, no se le ocurra otra cosa que decir que los brotes verdes están cerca…que más que Fátima Báñez parece Fátima la de las caras de Bélmez.

Ahora ya sé que mi entidad bancaria, que yo pensaba que era mala porque no hace más que clavarme comisiones sin avisar, no es la peor de todas porque van a crear un Banco Malo, así, directamente, sin tapujos, a las claras (ya me imagino esos anuncios en televisión) en el que supongo que en vez de atar el boli con una cuerda para que no lo robe me pedirán que lo lleve de casa y que además se lo regale. También aprendí que en este país, donar 20 millones a Cáritas de tu dinero está mal visto y, sin embargo, te puedes presentar a un cargo público con cinco imputaciones y un sospechoso enriquecimiento entre aplausos y vítores. Porque Amancio Ortega es un déspota que se ha hecho rico a base de explotar a sus 92.000 empleados (no debe dar trabajo ni nada mantener esa finca de esclavos) y además mete su dinero en sociedades de inversión de capital variable para tributar lo mínimo como si el resto de los españoles no nos pasáramos semanas leyendo la letra pequeña del programa PADRE buscando y rebuscando para desgravar todo lo que se pueda y más.

Una semana en la que he aprendido que aunque él (sí, el rey) siga dale que te pego a meter la pata no hay nadie con la sesera suficiente para decirle que ya está bien, que se deje de boberías y que, si quiere seguir vacilando, que se retire, que no hace falta que cotice más.
Siete días que me confirman lo que, en realidad, ya sabía. Que no tenemos remedio.