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Tiempo de héroes> Por Jorge Bethencourt

Cada ser humano es el héroe de su propia historia. Nadie vive creyendo que lo que hace es errado y que sus causas son innobles. Busca y encuentra razones para justificar sus conductas y ennoblecer sus creencias. No saber eso es no saber nada.
“Aquel que hoy vierta su sangre conmigo, será mi hermano por muy vil que sea. Este día ennoblece su condición” dice el Enrique V de Shakespeare en su discurso antes de la batalla. La épica bélica también ha invadido el lenguaje de la política española que naufragada en su proyecto de un Estado en quiebra, se refugia en el enfrentamiento entre unionistas y separatistas, como si la solución a la ruina fuera trocear el barco para que cada cual gestione a su modo y manera los restos del naufragio.

El nacionalismo romántico del siglo XIX sigue poseyendo el atractivo de las grandes causas emocionales. El manejo de los sentimientos no está regido por las aburridas e inexorables leyes de la razón, sino por la épica de los gestos. Y en una sociedad mediática, donde lo que brilla en la tormenta es el fulgor efímero de los titulares y la memoria se resetea cada semana, los héroes no practican la cordura, que es un muermo de muchísimo cuidado, sino que cultivan las pasiones, más rentables a corto plazo. En Cataluña ya no hablamos del gran fracaso del estado benefactor, creado a la medida de la burocracia y sobre las costillas de una sociedad empobrecida. La España centralista ha encontrado al enemigo ideal en la tormenta perfecta de la secesión. Dentro de unas semanas o unos meses, el gran asunto ya no será la reforma de un modelo de cosa pública ineficiente y obsoleto, sino la cuestión de la desintegración de la unidad nacional. Más pasiones sobre menos razones.

En el mundo hay diferentes modelos de Estados, centralistas, federales, confederales… Unos funcionan bien y otros no. Gato blanco, gato negro, qué más da si caza ratones. La gran reforma de España sería transformar el sistema de representación electoral de forma tal que los diputados y senadores dependieran directamente de una circunscripción electoral más pequeña, manejable en términos de presupuestos de campaña. Eso le daría más poder a los votantes y menos poder al aparato de los partidos. Porque todas las demás decisiones, grandes o pequeñas, cuelgan del pervertido sistema que ha configurado una partitocracia absolutista.

Pero los que se benefician de un sistema son los menos adecuados para encargarse de su reforma. Tienen pocos incentivos para hacerlo. Una y otra vez, en el escenario de la política económica o en la tramoya de los conflictos separatistas, los partidos se muestran como lobbies más ocupados en su propio ombligo que en el nuestro. Y así nos adentramos, en manos de los héroes, en el más crudo invierno.

@JLBethencourt