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Tópicos> Por Juan Carlos Acosta

La forma de mirar a África está llena de clichés que parecen haber compuesto un mosaico petrificado a través de los años, no solo en nuestro país, sino en el resto del mundo. La puntilla sobre esta sospecha me la dio esta semana un político del Gobierno de Canarias en Twitter cuando intercambiábamos opiniones sobre el continente, en la medida que se puede debatir en una plataforma que te obliga a telegrafiar frases con un máximo de 140 caracteres. Le recordé que habíamos coincidido hace unos tres años en la capital de Cabo Verde, Praia, adonde me desplacé aprovechando una expedición comercial de las cámaras de comercio canarias para realizar desde allí una emisión de un programa de radio que conduzco y que lleva el mismo nombre que la mancheta de este comentario. “Somos pocos para conseguir que África no siga siendo el fracaso de la Humanidad”, sentenció a través de la pantalla de mi ordenador como respuesta a mi reproche por la escasa información que brindan los medios de comunicación de las islas a los ciudadanos.

Reconozco que con la expresión “fracaso de la Humanidad” sentí un efecto parecido al que le supongo a un pellizco en el alma y que regresé del plano virtual sintiéndome cómplice incómodo de una hipótesis lapidaria, injusta y muy contraria a lo que está ocurriendo objetivamente en los países de nuestro entorno, que sí que progresan, y mucho. Creo que también ocurre algo similar con la percepción que suele tenerse en España de la acción empresarial, a la que automáticamente se le otorga el estigma de explotadora sin más, seguramente sobrevenida por lo fetén que queda lo de “negrero” en cualquier pancarta. Parece pues que toca ir casi de incógnito a los mercados cercanos, como hacen nuestros políticos para evitar reacciones airadas del populacho, y dejar a otras naciones comunitarias más civilizadas las oportunidades del continente en su camino imparable de ingreso en la mundialización. Claro que cabría preguntarse por esa África que, al margen de los tópicos, conocemos en la actualidad sin el rico comercio de caravanas que sostuvo con Oriente en el pasado o sin el trasiego marítimo de las distintas civilizaciones que poblaron la cuenca del Mediterráneo para intercambiar mercancías polinizadas con el desarrollo y las culturas que germinaron la Europa presente.

En cualquier caso, es evidente que la conciencia de los derechos humanos, la justicia social y la democracia está en juego hoy más que nunca en todo el planeta, una partida en la que la economía aparece como el comodín que todas las partes quieren tener en su mano para asegurar el futuro.