Análisis>

Útiles y legítimas> Por José Miguel González Hernández*

Si queremos saltar un muro de unas dimensiones considerables, con el fin de poder pasar al otro lado, en primer lugar hay que colocar los medios. Será necesaria la utilización de escaleras, cuerdas u otro equipamiento apropiado. Cuando se llega arriba y se consigue el objetivo, aparecen dos tipos de personas: los que al llegar miran hacia el lado por el que han venido, aseguran la escalera con la cuerda, extienden el brazo y abren la mano para ayudar a subir a los que todavía están abajo, y aquellos otros que al llegar arriba, cortan la cuerda, queman la escalera, saltan hacia el objetivo y salen corriendo.

Claro está que hay un tercer grupo que asume, sin preguntas, su condición, que ni siquiera se plantea la existencia de muro alguno, te haya tocado vivir arriba o te haya tocado vivir abajo. Ahí es donde entra la articulación de las organizaciones sociales, y de ahí se deriva el concepto de socialización. Éste es un proceso donde las personas toman conciencia de la estructura bajo la cual se nace, la forma de perpetuarla, si la considera justa, o de romperla, en el caso contrario. Debemos reconocer que la socialización es factible gracias a los agentes sociales porque son instituciones representativas, con reconocimiento constitucional, con capacidad para transmitir e imponer elementos apropiados. Pensemos, por ejemplo, que si estas organizaciones no existieran, aún estaríamos trabajando jornadas de más de 16 horas sin descanso y sin limitación de edad, o nuestros ascendientes no podrían disponer de una pensión de jubilación, o nuestros desempleados no tendrían prestación alguna.

¿O es que creen que estos derechos surgieron de la nada? No. Todos estos derechos fueron apareciendo mientras muchas vidas se quedaron por el camino a modo de sacrificio, para que usted no tuviera miedo en salir a la calle y expresar sus ideas de forma libre y responsable. El pasado miércoles asistimos a una jornada laboral. Ni tengo tiempo ni ganas de discutir las cifras. Es un trabajo cansino. Unos dirán que fue un fracaso y otros que fue un rotundo éxito aunque habría que discutir con aquellas personas que están en contra de este tipo de jornadas, los argumentos que esgrimen, al ser plenamente contradictorios: si las huelgas son un fracaso, ¿por qué se preocupan por su coste económico? Los únicos que perdemos somos los trabajadores que dejamos de cobrar y como somos tan poquitos… nuestro coste no debería ser significativo.

¿O es que realmente no es así? Otra razón que se enarbola es el componente económico para las personas que no pueden dejar de cobrar ni un día. Bueno, ante esto, mi absoluto respeto a cada decisión, aunque también (si no lo digo, reviento) cada uno le pone precio a su dignidad. También, claro está, no me puedo olvidar de la amenaza del despido. Ante ese dato, señalar y reconocer que el piquete sindical no tendría razón de ser si el piquete empresarial no existiera. Una de las afirmaciones adicionales que se establecen es que estas situaciones afean el país, pero lo que realmente afea a la imagen de España (y de Canarias) en el exterior es nuestra irresponsable tasa de paro o la pobreza, aunque para vergüenza, de verdad, la contrastada incapacidad profesional de la mayoría de la clase política.

¿Y por qué no reivindicamos un cambio en las urnas? Porque la democracia delegada no puede sustituir a la democracia participativa, sin menospreciar el argumento de que se están llevando a cabo medidas completamente diferentes a las comprometidas en los programas electorales. La sociedad demanda respuestas, soluciones. La sociedad no quiere explicaciones ¿Y ahora qué? Pues ahora habrá que seguir en la lucha hasta que se abra una rendija, porque ese muro, tarde o temprano, va a caer. Si no, tiempo al tiempo.

*RESPONSABLE DEL GABINETE TÉCNICO DE CC.OO. EN CANARIAS