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Utopía y desencanto – Juan Manuel Bethencourt

Escribe el sabio Claudio Magris en Utopía y desencanto: “El mundo no puede ser redimido de una vez para siempre y cada generación tiene que empujar, como Sísifo, su propia piedra, para evitar que esta se le eche encima aplastándolo. El destino de cada hombre, y de la misma Historia, se parece al de Moisés, que no alcanzó la Tierra Prometida, pero no dejó de caminar en dirección a ella. Utopía significa no rendirse a las cosas tal como son y luchar por las cosas tal como debieran ser. La utopía da sentido a la vida, porque exige, contra toda verosimilitud, que la vida tenga un sentido. Utopía y desencanto, antes que contraponerse, tienen que sostenerse y corregirse recíprocamente. El desencanto es un oxímoron, una contradicción que el intelecto no puede resolver y que solo la poesía es capaz de expresar y custodiar, porque dice que el encanto no se da pero sugiere, en el modo y el tono en que lo dice, que a pesar de todo existe y puede reaparecer cuando menos se lo espera. El desencanto, que corrige a la utopía, refuerza su elemento fundamental, la esperanza. Y la esperanza no nace de una visión del mundo tranquilizadora y optimista, sino de la laceración de la existencia vivida y padecida sin velos, que crea una irreprimible necesidad de rescate”.

Admito que casi se me va el artículo en la cita, lo cual no sería un inconveniente porque hay piezas tan bien escritas que deben ser repetidas, no comentadas. Magris escribe de un tiempo, el siglo XX, y un contexto, nuestra vieja Europa, que jalona toda su producción literaria, pero hay figuras, y es el caso del triestino, capaces de evocar la condición humana, individual y colectivamente, más allá de su época, lo que les confiere la condición, ni más ni menos, de clásicos. Este es el asunto del momento, amigos. No podemos hacer realidad la utopía, salvo que esta fuera una utopía mal formulada y paticorta. La antorcha del entusiasmo ante la adversidad presente no va a guiarnos hacia un porvenir idílico, parecido al que un día pudimos haber soñado. Pero sin el aliento de la utopía, adecuadamente mezclado con el realismo del desencanto no autodestructivo, sino consciente, el camino de la redención es simplemente intransitable.

Magris lo describe apelando a las figuras inmortales de don Quijote y Sancho Panza, a la dialéctica Yelmo de Mambrino / bacinilla y Dulcinea / Aldonza. Vale para la economía, para el devenir profesional, para la vida misma. Pongámonos en marcha.

@JMBethencourt