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El vecino – Jorge Bethencourt

Los acuerdos preferenciales de los años 70 entre España y las Comunidades Europeas dieron mejores condiciones a nuestras exportaciones y mejoraron nuestra economía. La integración de nuestro país en la Unión Europea (UE) como miembro de pleno derecho provocó el segundo gran milagro económico con la llegada de cuantiosos fondos destinados a infraestructuras y a la modernización de España. La UE tiene un interés estratégico en el desarrollo de Marruecos por razones políticas -un factor de estabilidad y un aliado fiel en el bloque de países islámicos- porque el progreso de los países del Magreb crea un polo de desarrollo en la frontera sur de Europa (la misma política que sigue EE.UU. con México) y actúa como tapón migratorio y porque algunos países, excolonias europeas, son mercados emergentes muy interesantes para grandes empresas y gobiernos de Francia, Alemania o Gran Bretaña. La Política Europea de Vecindad -los burócratas de Bruselas no se quedan calvos poniendo nombres- es la continuación de los acuerdos preferenciales firmados en los años sesenta con los Países Terceros Mediterráneos. El Proceso de Barcelona, en 1995, planteó el viaje hacia un futuro de libre comercio con esos países y la ejecución de diversos programas de cooperación. Con el apoyo entusiasta de España. El Banco Europeo de Inversiones dispuso unos 10.000 millones de euros para actuaciones en Marruecos entre los años 2002 y 2009. Y los programas anclados en las políticas de vecindad están dotados con casi 12.000 millones para actuaciones entre el 2007 y el 2013. Y solo son dos fondos a los que habrían que sumar otras muchas actuaciones y acuerdos como la última rebaja de aranceles para las producciones agrícolas marroquíes. El desarrollo económico de Marruecos es inevitable. Aquí al lado tenemos un país con un PIB que ha crecido hasta situarse por encima de los 70.000 millones de euros y que tiene como estrategia el desarrollo de un sector turístico competitivo y cercano a Europa; que es capaz de exportar producciones agrarias más baratas; que está más cerca de los mercados de destino europeos; que tiene mano de obra barata y menores exigencias normativas. La permanente llorada que tenemos por bandera es tan inútil como clarificadora de nuestra postración intelectual. Deberíamos ponernos un cohete allí donde la espalda pierde su honesto nombre para aprovecharnos de una competencia que nos hará mejores si sabemos aprovecharla. Ya hay inversores canarios que están apostando por hacer negocios en Marruecos. Son los menos. El mayor núcleo de reflexión está en un empresariado que no se ha manumitido de la limosnería, que paga los sueldos más bajos de toda España (los nuestros), que está abonado a la queja permanente y que acabará llorando, como Boabdil, lo que no supieron defender con talento. Tiempo al tiempo. Y no será mucho.

@JLBethencourt