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Vida o muerte – Alfonso González Jerez

Yo (y disculpen que señale) soy un ciudadano moderado. Tan radicalmente moderado como moderadamente radical. Los años, las lecturas, las experiencias y (sin duda) las calorías me han llevado a convicciones reformistas (aunque el reformismo sea ahora cuasi revolucionario) y a reparar que la realidad no es transformable gracias a retóricas y eslóganes (por más que ahora más que nunca es indispensable un análisis crítico de los lenguajes del poder: faltan como mínimo medio centenar de Karl Krauss en este país).

Estas circunstancias son las que te llevan a entender, aunque no necesariamente a aceptar, que la deuda pública no puede desaparecer con un gesto voluntarista, que las necesidades de financiación del Estado son reales y no el producto de una tenebrosa conspiración internacional o que al mercado de trabajo le urge una verdadera reforma -que no es precisamente la aprobada por el Gobierno de Rajoy- que supere la dualidad existente entre outsiders e insiders y sea capaz de rescatar a los jóvenes con escasos o nulos estudios y a los mayores de 50 años.

Pero existen líneas rojas. Las líneas que separan la vida y la muerte, por ejemplo. Si se acepta la desaparición de éstas se está admitiendo, sin más, un retroceso social de medio siglo. Se está aceptando, inequívocamente, la condena a muerte o a vida corta y dolorosa y desesperanzada. Se está abriendo la puerta a la barbarie y a la sepultura.

La pasada semana la gerente del Hospital Materno Infantil de Las Palmas anunciaba el cierre, el próximo 31 de diciembre, de la Unidad de Cirugía Cardiaca Infantil. Expira un convenio con el Policlínico de San Donato -una institución médica italiana que proporcionaba apoyo médico y organizativo- y no se disponen de fondos financieros para renovarlo.

La Unidad de Cirugía Cardiaca Infantil funciona desde 2001 y su equipo ha salvado muchas decenas de vidas de niños y bebés canarios que, a partir de ahora, deberán trasladarse a otros centros de la Península. A partir de 2013 cientos de niños del Archipiélago (y eso contando solo con los que tienen una cardiopatía diagnosticada) verán elevarse sus riesgos potenciales de morir en casa o en un traslado que llevaría una media de seis horas.

La austeridad como sacramento presupuestario incluye la vida o la muerte de pibitos gravemente enfermos. Habría que advertirles a todos: ándense con ojo. Ándense con ojo o les borrarán del mapa y de nada servirán corbatitas, escoltas, coches oficiales, plantas nobles y canesús.