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Vuelta a la democracia – Por Juan Carlos Acosta

Quizá ha llegado la hora de pensar en nuevos cauces para frenar el avance imparable de la tercermundialización del primer mundo. Puede que estemos entrando en esa parte del bucle que demanda articular recursos de subsistencia como el de los microcréditos, una herramienta destinada a insuflar un mínimo de capital que estimule procesos de progreso en los países en desarrollo y conformar un tejido de intercambio de bienes y servicios a pequeña escala.

Para llegar a esta conclusión primero es conveniente reflexionar sobre lo que se podría haber hecho ya con los cientos de millones de euros que España y la UE han inyectado a unas entidades que no son solo sospechosas de usura, sino claramente parte del problema de inanición y crisis epidémica que sufrimos en nuestro país, unas partidas que no han generado todavía ningún alivio para la población, sino más bien efectivo fresco para sueldos, bonos y jubilaciones galácticas de unos ejecutivos que no se ruborizan en absoluto por los desahucios y los suicidios, que tanto monta, monta tanto, causados por unas prácticas, las suyas, cuando menos especulativas.

Me pregunto si acaso no hubiera servido mejor esa masa monetaria para implementar entidades populares de crédito con estatutos de transparencia, nutridas con expertos, técnicos y administrativos sacados del paro, y generar así un circulante de base con que paliar los efectos del vacío absoluto de liquidez que atenaza cualquier brote verde por muy minúsculo que sea.

Además, qué podemos esperar de un estamento político que no termina de reaccionar como la situación requiere, salvo para imponer códigos de buena conducta realmente cándidos a los depredadores o aplicarse en una subasta de coches oficiales que no va a recabar ni el precio de cualquier hotelito de segunda.

Cómo vamos a seguir confiando en unos partidos que en su mayoría están involucrados hasta el tuétano en los saqueos de unas cajas de ahorros que dejaron por el camino precisamente el sacrificio de sus ahorradores a cambio de bacanales, caprichos y pingües beneficios, que son, en última instancia, el germen de esta gran bola que nos tragamos sin anestesia cada mañana con las noticias de quiebras, despidos y regulaciones de empleo. Da la sensación de que las clases dirigentes están tan implicadas, por acción u omisión, en el origen de la debacle que tendrá que ser la propia sociedad la que acometa desde abajo la concertación para la recuperación, traducida en la justicia, la honradez y la equidad de una nueva clase política que nos devuelva la democracia.