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El zahorí> Por Fran Domínguez

Un adivino o vidente -o comoquiera que se llame- de una de las teles locales al que he visto zapeando en algunas madrugadas poslaborales tiene un curioso modus operandi. Se sienta cómodamente en un sillón -a modo de pedestal- y espera las llamadas de las personas que quieren saber qué les pasa o recibir un consejo y a las que, por lo general, no suele dejarlas hablar más de tres frases seguidas, abroncándolas en ocasiones y sin escucharlas apenas, para anotar a continuación en su libreta no sé qué cosas, decirles con cierta condescendencia lo que tienen que hacer porque así, de su sabio dictamen (sobre todo, si pasan luego por su gabinete de expertos), solucionarán cualquiera de sus problemas.

El peculiar zahorí nocturno me recuerda a bote pronto a este Gobierno -y a otros del Viejo Continente-, que aparenta oír a la ciudadanía, apunta con desgana cualquier reclamación en su cuaderno azul, le tira de las orejas, y luego le asegura que todo lo que lleva a cabo desde su perspectiva resulta lo mejor para ella, aunque sus decisiones se tornen inevitablemente en dolorosas porque son fruto de un sacrificio de auténticas dimensiones bíblicas… El voto en libertad se erige en la muestra más palmaria de la democracia, pero la calle, entendida como amplio territorio de expresión de la sociedad, supone otro de sus elementos fundamentales, que visibiliza bien a las claras el grado de descontento social y político.

Las protestas populares masivas, como las que hemos visto al socaire de la última huelga general, y otras movilizaciones vividas en los últimos meses que claman contra el desmantelamiento del estado de bienestar, no cuentan -ni remotamente- con ningún tipo de feed back por parte del Ejecutivo, que desdeña, cuando no desprecia, cualquier requerimiento multitudinario, en aras de apretar el cinturón aun a riesgo de que nos asfixiemos. Mal caminamos por el sendero de una sociedad en la que los que nos gobiernan miran de forma descarada para otro lado y se comportan como zahoríes zafios, que conociendo lo que pensamos y sentimos no son capaces de mover ni un dedo…