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110 años con Dulce María Loynaz (1902-1997)>Por Isidoro Sánchez

Cuando Dulce María Loynaz se acercó hasta Egipto para conocer a Tutankamon en Luxor, la antigua Tebas, la joven cubana tenía 27 años. Fue entonces cuando se enamoró del joven faraón egipcio que había sido descubierto en el valle de los Reyes por un equipo que dirigía un arqueólogo británico Howard Carter. Encontrar la tumba del faraón enterrado hace miles de años no fue tarea fácil. Sin embargo, una joven poeta cubana fue capaz en 1929 escribirle en secreto unos poemas que fueron editados décadas más tarde en Madrid, en 1953. El crítico español Antonio Oliver Belmás los definió como “la carta de amor más desoladora que una mujer puede escribir sobre la tierra”. Dulce María le confesó a una amiga íntima la importancia del silencio que descubrió al conocer el sarcófago del joven faraón: “Quizás por eso, por el silencio, me enamoré de Tutankamon, amante sin palabras que no podrá contestar nunca mi carta, amante hierático, inmutable, ungido de ese supremo prestigio de la muerte. Sí, yo amo a Tuntakamon porque tiene el silencio de la muerte, el prestigio de la muerte. Lo amo porque está muerto… Si lo viera sentarse sobre el último de sus sarcófagos, desatar sus vendas de momia y salir a limpiarse el polvo de los siglos de las sandalias (…) dejaría de amarlo”.

El pasado 4 de noviembre se cumplieron 90 años del descubrimiento de este tesoro arqueológico que constituyó la tumba del joven faraón. A partir de entonces muchas cosas se cambiaron en Egipto en materia de patrimonio.

En 1947 la escritora cubana contrajo matrimonio con un periodista canario afincado en La Habana, el tinerfeño Pablo Álvarez de Cañas, y vino a Canarias para disfrutar de su luna de miel. El primer año se acercó a La Palma por recomendación de un amigo de su esposo, del palmero Tomás Felipe Camacho, otro canario emigrado a la isla grande de las Antillas, Cuba, a principios del siglo XX.

Recientemente, el miércoles 5 de diciembre, un grupo de amigos, los miembros del grupo 2CPC, fuimos invitados por el equipo que gestiona el Museo del Tabaco de La Palma, con Carmen Concepción a la cabeza, para recordar la figura de Dulce María Loynaz. Uno de los miembros del grupo presentó sus memorias cubanas plasmadas en el libro Cuba desde mi ventana, así como el documental que había producido hace algunos años: Una semana fuera del mundo. Bajo la dirección de Aurelio Carnero y Juan Carlos Sánchez, y con imágenes de Luis Adern, trata de la estancia de Dulce María en La Palma en 1947. En la emotiva velada canario-cubana tanto Loyanz como Camacho fueron recordados con significativas fotografías y alusiones anecdóticas al azúcar, el tabaco y las orquídeas. A los pocos días, y como viene siendo tradicional, unos canarios y cubanos afincados en el valle de La Orotava, admiradores de la obra literaria de Dulce María Loynaz, nos acercamos el lunes 10 de diciembre, hasta el mirador de La Atalaya en el Parque del Taoro del Puerto de la Cruz (Tenerife), para rendirle un sencillo pero emotivo homenaje. El motivo fue recordar la efeméride de los 110 años del natalicio de la ilustre escritora cubana, Hija Adoptiva del municipio portuense, y de los 20 años del Premio Cervantes que le concedieron en 1992.

Canarios y cubanos hicimos una ofrenda de flores al busto de Dulce María y leímos fragmentos de su obra silenciosa. Personalmente elegí repasar algunos párrafos de su Carta de amor al rey Tutankamom y por ello llevé al acto el libro Poemas náufragos, editado por Letras Cubanas, donde aparece la misiva real. Lo guardo como oro en paño, por la dedicatoria que me escribiera la ínclita poeta cubana, cuando la conocí en su casa de El Vedado habanero, adonde me acerqué en diciembre de 1992 para llevarle un ejemplar de la reeditada novela de viajes Un verano en Tenerife. Se lo quedó pero a cambio dejó plasmado en el libro de Poemas náufragos: “A Isidoro Sánchez que me ha traído esta tarde el perfume de sus Islas”. Este detalle es de agradecer en los tiempos que corren.