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ADN de la crisis – Por Andrés Brito

¿Recuerdas cuando el anterior presidente evitaba de forma sistemática pronunciar la palabra “crisis”? Debe de ser que sus asesores de entonces, acaso entrenados en Programación Neurolingüística, se lo aconsejaron para, como decimos en Canarias, “ir escapando” a ver si los españoles (y los inversores, claro) no nos dábamos cuenta de que sobre el país se cernía una recesión. Por desgracia, hubo un momento en que ya daba igual que pronunciara o no la dichosa palabra.

Pero si miramos con atención el ADN lingüístico del término, puede que lleguemos a descubrir alguna ventanita para comprender qué nos está pasando.

“Crisis” proviene del griego y tiene la misma raíz que el verbo krinein, que significa “romper” y también “decidir”. O sea, la crisis sucede cuando algo se rompe y es preciso decidir qué hacer. Conlleva la idea de cambio irreversible, de evolución sin vuelta atrás. Para Hipócrates, la crisis era el punto sin retorno de la enfermedad en el que el cuerpo “decidía” si seguía vivo o moría. Los gobiernos montan “gabinetes de crisis” para analizar el alcance de la “ruptura” y ver qué hacer para poner en marcha una adaptación lo más rápida posible.

Hay quien piensa que la crisis es una tormenta y no se da cuenta de que estamos ante un cambio climático. Para bien o para mal nada volverá a ser como antes. Entre los aspectos que ya son distintos se adivina un empoderamiento extraordinario de la ciudadanía a la hora de decidir quién y cómo gobernará atendiendo especialmente a cómo gestiona los recursos. Y eso, después de todo, es muy bueno porque significa tomar conciencia de la importancia de nuestras acciones individuales en este sistema que denominamos democracia.

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