SOCIEDAD >

Bernardo Álvarez: “La crisis ha puesto en valor a la familia”

DOMINGO J. JORGE | La Laguna

Bernardo Álvarez - Diócesis Nivariense
Bernardo Álvarez, obispo de la Diócesis Nivariense. / DA

Se acercan días de mensajes de Navidad, de Año Nuevo, pero hay personas que aportan mensajes todo el año. El obispo de la Diócesis Nivariense, Bernardo Álvarez, se caracteriza por eso, por querer decir y anotar aquello que se cree bueno para que esta sociedad crezca. En este sentido, el prelado nivariense recuerda en esta entrevista la importancia de la familia para la salida de la crisis, pero también para el crecimiento de la persona en todo momento, e invita a hacerlo además desde la fe y la esperanza. Para él, “la crisis ha puesto en valor la familia”.

-¿Qué papel puede jugar la familia en momentos como estos, en los que la crisis sigue abatiendo a la sociedad?

“La familia es fundamental en la vida humana y siempre lo ha sido. Tal vez ahora, por el hecho de la crisis, muchos están poniendo en valor la familia. Nos damos cuenta de lo importante que es la ayuda mutua que fluye en la familia, sobre todo en estos tiempos de dificultades. Pensemos en las familias que se están apoyando en la pensión de sus mayores. En los hermanos que ayudan a hermanos. Padres a hijos. Familias que han vuelto a reagruparse, ante la imposibilidad de hacer frente a una casa propia. Ciertamente, la situación económica nos ha llevado a poner en valor la familia, no solo por el apoyo material sino, también, porque en ella encontramos acogida y amor, consuelo y compañía en la adversidad, unión en el dolor, etcétera. Si nos fijamos bien, vemos que la familia siempre ha sido el ámbito en que se valora realmente a la persona por lo que es, con independencia de su poder adquisitivo, su inteligencia, su salud. La familia siempre nos acoge como somos”.

-Veo, por tanto, que da mucha importancia a la familia…

“La familia es algo tan innato y necesario en el ser humano que cuando falta se resiente la persona y toda la sociedad. Con esta crisis está surgiendo algo positivo, porque se están recuperando las relaciones humanas, la convivencia, la solidaridad y la preocupación de los unos por los otros. Todo esto hace que para salir de ella, entre otras cosas, tengamos que poner el acento en el apoyo al núcleo familiar. Las personas necesitamos de la familia y ella necesita de nosotros. En ella, se cultivan los valores más profundos y duraderos que hacen a las personas verdaderamente libres y responsables, como son el amor de los unos con los otros, el desinterés y la gratuidad, el espíritu de colaboración, el afrontar la adversidad, la capacidad de sacrificio, la promoción de ideales, la convivencia, la aceptación de los demás, etcétera. Todo eso nos hace crecer como personas y, por ende, hace que la sociedad también crezca. La Navidad es un tiempo que se presta a que estos valores se pongan en práctica, una práctica que hemos de trasladar al resto del año”.

-La Iglesia nivariense trabaja en la ayuda de quienes peor lo pasan. Usted se refiere a que esto se hace por la fe. ¿Cómo?

“La fe es el motor mediante el cual los cristianos encuentran el impulso necesario para amar y servir a los demás. Es verdad que todo ser humano siente dentro de sí una fuerza que lo anima a atender al necesitado, pero a veces ese impulso bueno y positivo puede quedar frustrado por el egoísmo y el cansancio. Los cristianos sabemos que uno de los principales mandamientos de Jesucristo es que nos amemos los unos a los otros. Un amor no solo compasivo y afectivo sino, también, efectivo, que se hace realidad con nuestras obras. Todo esto es una exigencia ineludible de la vida cristiana. Los discípulos de Jesús sabemos que esto forma parte de nuestra condición. Y no lo vemos como una imposición, sino que esta fe nos impulsa a eso. De esto tenemos muchos testimonios en nuestras parroquias y comunidades. Y como referente y estímulo, contamos con la figura del Santo Hermano Pedro que, por la fe, consagró su vida a los pobres”.

-Entonces, ¿la fe es una ayuda fuerte para el compromiso social?

“La fe es ese don mediante el cual Dios nos hace ver el mundo como él lo ve, sentir los problemas de las personas como él los siente. Jesús llegó a decir que todo lo que hagamos a una persona, a él se lo hacemos. Lo bueno y lo malo. Eso es posible por la fe. Ver en el otro a Jesucristo solo se puede conseguir con la fe. Por eso la Iglesia, a través de los distintos organismos de caridad con los que cuenta, como es Cáritas y otras instituciones, se ocupa de los más desvalidos y vulnerables. Son muchos, más de los que pensamos, los que de forma anónima se preocupan y ayudan a los necesitados”.

-¿Hay motivos para acudir a la esperanza hoy?

“En el lenguaje popular, se suele decir que la esperanza es lo último que se pierde. Hay lugar para la esperanza, porque siempre hay motivos para esperar. Ahora bien, la esperanza cristiana no es aquello de ‘a ver si esto se arregla’, o pensar en el futuro como una lotería: a ver si tenemos suerte. Las cosas no se arreglan solas. Hemos de buscar soluciones con nuestra inteligencia y voluntad. Hay que confiar en la capacidad que Dios nos ha dado para hacer frente a los problemas y ejercitarnos en la búsqueda de soluciones”.

-¿La esperanza cristiana no equivale, por tanto, al optimismo?

“La esperanza cristiana no es, sin más, optimismo. Ella se apoya en la confianza que tenemos en las promesas de Dios. Si trabajamos siguiendo sus mandamientos y nos ponemos en marcha, los frutos llegan. Por eso, no es una esperanza ingenua, sino cimentada en la palabra de Dios, que es fiel y segura. Dios quiere el bien de todos; por eso lo invocamos. Pero Dios lo que nos da es luz, inteligencia y voluntad para realizar la cosas”.

-En una homilía suya de 2008, hablaba de utilizar la crisis para cambiar como personas y en lo social. ¿Puede radicar en eso su mensaje para 2013?

“Sí, me refería a que, si pensábamos que salir de la crisis era volver a lo que teníamos antes de ella, estábamos perdidos, porque sería caer en la misma trampa. Antes de 2008, había en España más del 20% de población en el umbral de la pobreza. Es decir, la situación boyante que había no significaba el justo y equilibrado reparto de la riqueza. Existían bolsas de marginación. Miles de personas condenadas a no abandonar nunca esa estructura de pobreza que sistemáticamente deja a muchos en el campo de la exclusión social. Hemos de aprender de esa situación, porque esto quiere decir que algo fallaba en el funcionamiento de la economía. Necesitamos otras maneras de usar los recursos. Sería bueno avanzar en la construcción de la civilización del amor, en la que no existan desigualdades crecientes, ni injusticias, en la que se nos enseñe que no se puede vivir más allá de las posibilidades. Quizá hemos referido el bienestar únicamente al ámbito material, y hemos olvidado el bienestar espiritual y anímico”.

-¿Hemos perdido algo o mucho de felicidad en estos años?

“Algo hay en esta sociedad que no hace al ser humano plenamente feliz. Nunca hemos tenido tanto, ni tantas posibilidades. Hemos progresado mucho en el campo científico y técnico. Eso es un gran bien para la humanidad; pero, al mismo tiempo, hemos descuidado el progreso espiritual de las personas. Estas, por inercia y a falta de otras cosas, se han convertido en consumidoras de productos que apenas aportan una satisfacción fugaz y crean dependencias esclavizantes. Algunos llaman a esto el progreso decadente. Hemos de aprender mucho de la crisis, y no solo en el aspecto económico. Hay que enseñar a afrontar la vida. Otro mundo es posible”.