la última (columna)> Jorge Bethencourt

Blanca Navidad sin blanca – Por Jorge Bethencourt

Aquí, en la Macaronesia inferior -la que está más cerca de las hemorroides- no podemos celebrar unas Navidades blancas, por aquello de subtrópico. A cambio, la providencia nos ofrecerá este año unas Navidades sin blanca. Me he dado cuenta, gracias a mi agudo poder de observación, de que la gente está desfondada. Las familias ponen los adornos festivos como el que coloca flores en un velatorio. Y hasta la decoración de las ciudades se parece ya a España: ha venido a menos.

Siempre me ha caído gorda la Navidad. Esa hipocresía del amor entrañable en una sociedad de tiroteos, donde el sexo es pecado y la violencia candidata a los Oscar. Este tiempo de amor es en realidad una campaña de venta con sobreprecio de cosas perfectamente inútiles. Un invento de las grandes cadenas comerciales. Y por primera vez descubro entre mis congéneres la misma sensación de desapego de tanta hipocresía social.

Lo mejor de nosotros no sale en Navidad. Hay gente que está todo el año echando una mano a los que se quedaron en la cuneta de esta maravillosa sociedad tutelada, intervenida, ordeñada y controlada. Pero en estas fechas, al indiferente resto de los seres de las sociedades desarrolladas les invade una repugnante oleada de sentimentalismo. Ese suave horror que, ante la miseria humana de los telediarios, se descubre en los entremeses y se olvida en el postre.

Menos este año. Uno de los deplorables efectos de la crisis es que todo parece igual que hace unos meses. La tele ya no lanza películas lacrimógenas sobre el personal. Y hasta los escasos anuncios de juguetes, turrones o champanes parecen como devaluados. Hemos llegado a la playa de otro año de depresión para dejarnos caer exhaustos sobre la arena, pensado en que esto es solo el principio de otra travesía para la que apenas nos quedan fuerzas. La gente ha perdido la capacidad de engañarse imaginando que existe lo que en realidad no existe. No hay brotes verdes, sino blancos: el moho de los bolsillos.

Hemos crecido. Somos adultos. Se nos pasó la eufórica borrachera de creernos la crema de los países en desarrollo. Hemos aprendido botánica nacional. Que además del abeto navideño, hay mucho alcornoque que tiene las bolas de adorno. Que los que mandan y los que se oponen siguen viviendo en la higuera de sus propios higos. Que es fácil hacer astillas fiscales del árbol caído de los sueldos. Que hay mucho tronco suelto. Hemos aterrizado en una Navidades sin blanca en el paroxismo de la melancolía, que es el estadio que antecede a la ira. La rabia de saber que hay gente que se sigue comiendo turrón con nuestra dentadura postiza.

@JLBethencourt