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Cayetana de Alba – Por Luis Ortega

En el nuevo Palacio Municipal, la vieja Casa de Correos que, por capricho de Gallardón y con altísimo coste se habilitó para centro de representación del consistorio, recorrimos una exposición que, presentada como la perla de la temporada, se redujo a una muestra interesante, con piezas notables, contenidos irregulares, señalética de mero elogio familiar y un incomprensible discurso expositivo. Fuera de la calidad indiscutible de las obras cimeras – la Virgen de la Granada, la Ultima Cena de Tiziano, el famosísimo retrato de Goya, los encargos de Mengs y los curiosos paisajes napolitanos del Españoleto, entre otros – no pasará a la historia por su trascendencia ni la pretensión de narrar, como apéndice de su gloria, el impulso coleccionista de una saga que, con seguridad, ha tenido una actuación menos generosa de lo esperado habida cuenta de los títulos nobiliarios, con Grandeza de España incluida, y los bienes inmuebles y muebles que atesora. La prueba de estas opiniones está en la respuesta de los espectadores que, multiplicaron su número, para disfrutar del Belén napolitano de los hermanos García de Castro – instalado en un espacio paralelo del mismo casón y que se subastará tras estas fechas – frente a El legado de los Alba, que se puede recorrer con absoluta comodidad aún en días festivos.

El Fra Angélico, los retratos de Rubens y una simbólica e irónica escultura del primer duque, dispuesto como San Jorge o San Miguel – vale cualquiera – lanza en ristre derrotando a la sierpe policéfala de la rebelión flamenca, causa de la fortuna y trascendencia de esta familia, tienen un valor incuestionable. Por lo demás, choca contemplar en paridad el dibujo autógrafo de La Española, firmado por el almirante Colón y una polvera de Cartier; los originales del Nobiliario de Indias – cartas que, por lo que se ve, no llegaron a sus destinatarios – y los uniformes de capitán general de los últimos monarcas españoles; dos jarrones de Sevres y el retrato equestre de la singular duquesa en su tierna infancia – firmado por Zuloaga – que aparece en su poney, con Mickey Mouse y otros peluches de Hollywood a sus pies. Las expectativas con las que acudí al Centro Cibeles no se vieron frustradas con las telas y tablas magistrales, algunas conocidas cuando el Palacio de Liria era visitable con cita previa, pero sí con la selección, montaje e iluminación. Lo más llamativo, sin duda, fue la costosa y variada quincalla made in China con el sello de la fundación para avalar su compra.