por qué no me callo >

Cesária Évora – Por Carmelo Rivero

Cesária Évora cantó, hace siete años, su galardonado disco Voz D’Amor en el Auditorio, como si lo hiciera en un bar del muelle de Santa Cruz y el público la escuchara bajo una densa capa de humo. Este mes se cumple el primer aniversario de su muerte a los 70 años. La recuerdo bien, la entrevisté y le presenté el recital, con el atentado de los trenes de Atocha del 11M en caliente. La Reina de la Morna, a la que mañana Cantos de Mujer dedica, a las 20.30 horas, un diálogo-concierto en el TEA (Anna Rodríguez-Eliseo Lloreda, con los comentarios de Benito Cabrera y Yaiza Afonso), era la parsimonia en persona, una mujer bonachona, con kilos de más que conformaban una figura simpática y matriarcal, de rostro mofletudo, que sonreía con disimulo y afecto.

Es verdad que actuaba sin zapatos en homenaje a los pobres coloniales de su precario país, de ahí el sobrenombre y el título de un disco, La diva aux pieds nus (La diva de los pies descalzos). Una vida dura, con años oscuros, tres divorcios, oficios distintos y el alcohol. Sobre el escenario fumaba -lo hizo hasta horas antes de morir en el hospital de la isla de San Vicente, de insuficiencia cardiorrespiratoria- y se movía, gruesa y entrañablemente, con pasos apacibles de cantante portuaria habituada a diseminarse entre las mesas con un bailar pausado que arrullaba un blues insular en kriolu, el idioma de sus antepasados esclavos, tan triste y doliente, con una afinación exacta a la que se asían los músicos. Recuerdo aquel concierto como un paseo cadencioso en barca. Cesária Évora había empezado su carrera -un Premio Grammy, la consagración tardía en París y más de cinco millones de discos vendidos- en los tugurios de Mindelo, puerto de tráfico y jarana, donde beber y fumar era un lenguaje, por eso ambientaba los teatros con mesa y silla como en los bares de su juventud tabernaria. Cise tenía el mar azul en la punta de la lengua y me hablaba de él y de Los Sabandeños y Pedro Guerra como una fan.