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Con realismo, con optimismo – Por Fernando Clavijo*

En nuestra sociedad las cosas han cambiado tanto en los últimos tiempos, que lo que era un momento para la ilusión y los sueños se ha convertido en algo que tememos. El tránsito, el paso de un año a otro, que todas las culturas comparten y que ha sido siempre un ritual cargado de optimismo, ha acabado convirtiéndose en un día en el que expresamos -en el mejor de los casos- un solo deseo “que me quede como estoy”.

Los datos para este año que comienza no ayudan. El Gobierno del Estado cifra la recesión en un 0,5% y el FMI y la OCDE la elevan al 1,5. A pesar de ello, parece que todo apunta a que después de esta travesía del desierto que aún tendremos que pasar en 2013, se verá una pequeña luz, que, si bien no será suficiente (para que se empiece a crear empleo tenemos que estar hablando de un crecimiento por encima de un 2%), sí nos va a permitir respirar algo después de haber estado conteniendo el aliento durante un largo período.

Los políticos, los gestores de lo público, tenemos muchas obligaciones con los ciudadanos, más aún si pensamos que nos hemos convertido en uno de sus principales problemas. Y la primera de esas obligaciones es no mentir, ser sinceros aunque eso no sea popular.

Obviar la realidad, siempre lo he creído, es de irresponsables. Ocultarla, de cínicos. Pero, del mismo modo, digo que mantener la ilusión y la esperanza, ser optimistas, es, por encima de todo, un deber. El rito de año nuevo es un buen momento para renacer y reinventarnos. Es una ocasión propicia para dejar atrás lo malo y poner nuestras fuerzas, aunque cueste, en solucionar las cosas. Porque, como bien decía el pedagogo Paulo Freire “las cosas no son así; están así y podemos cambiarlas”.

Siempre, aún en los peores momentos, debe haber motivos para confiar en que todo puede ir a mejor y hay que saber rescatarlos de nuestra memoria.

El mayor ejemplo de ello es la enorme solidaridad del pueblo canario. La hemos vivido en las múltiples recogidas de alimentos y juguetes que se han sucedido en el municipio y por todas las islas en estos días, y que han tenido siempre una respuesta enorme. La vemos, cada día, en las asociaciones de vecinos, sociales, culturales, que no dudan en destinar sus fondos para ayudar al que más lo necesita. La palpamos en las ONG cuyos integrantes, en buena parte voluntarios, dan su tiempo y su esfuerzo a los demás. La comprobamos en los ciudadanos y ciudadanas que nos dan a diario lecciones de cómo si se quiere, se puede.

No es el estado ideal, obviamente. La sociedad a la que aspiramos tiene que ser, a la fuerza, más igualitaria; debe ser aquella en la que los servicios sociales no tengan razón de ser; esa en la que nuestros jóvenes no emigren ni nuestros mayores sean el único sostén de la familia.

Por ella vamos a seguir luchando con ese optimismo y esa ilusión de las que hablo. Sin obviar la realidad; trabajando para cambiar las cosas.

Hace no mucho, de manera absolutamente desafortunada, el ministro de Justicia dijo que “gobernar es, a veces, repartir dolor”. Se equivoca. Gobernar es repartir justicia, es repartir recursos equitativamente.
Y hoy, más que nunca, gobernar debe ser repartir esperanza.

Que el año que empieza les traiga nuevas y mejores oportunidades.

* Alcalde de San Cristóbal de La Laguna