ENIGMA$>

Conspiraciones

Por Ricardo Campo

Internet ha dado la posibilidad a un enorme número de iluminados de dispersar sus ideas sin contención. Cualquier disparate, presentado con un estilo a medio camino entre el de un experto y el de un propagandista religioso, puede colarse en la mente de los menos preparados. Allí se asentará como algo indubitable, porque a la mayoría le apetece las maravillas de saldo y se conforma con los desperdicios que suministran los programas de misterios y sus periodistas cotillas.

En ese mundillo no hay barreras que el sentido común pueda erigir, así que cualquier especulación absurda podrá ser exitosamente divulgada como un secreto desvelado por el listo de turno. La incapacidad para discriminar entre lo posible y lo ridículo es descartada como cerrazón mental, un lugar común que los buhoneros del más allá implantaron con facilidad en la tabla rasa de la mente predispuesta.

Se empieza pensando que te sigue un tipo con malas intenciones y acabas creyendo que nos gobiernan razas de seres alienígenas semejantes a los de la serie V (no exagero lo más mínimo). En algún punto de este camino alucinógeno se encuentran los chemtrails, el autoatentado del 11-S, las vacunas que causan autismo y diversos miedos como a los transgénicos y a cualquier producto químico (como si todo lo natural fuese bueno per se, saludable o curativo). Para algunos, las normales estelas de condensación de los aviones son en realidad estelas químicas (chemtrails) con las que fumigan a la población para provocar epidemias, controlar la natalidad y tiranizar las conciencias. Otros aseguran impunemente que la vacunación frente a ciertas enfermedades causa autismo en los niños, disparate criminal que ha llevado al rebrote de enfermedades que hasta hace poco eran residuales, como el sarampión. Hay secretos y conciliábulos para todos los gustos y para todos los niveles de alienación.

Estas conspiraciones son sencillas: los malos están claramente identificados (gente con bata blanca, la NASA, gobiernos, órdenes y entes secretos imaginarios o reales como los Illuminati, el club Bilderberg, etc.) y la lumbrera que las detecta siente que ha contribuido a hacer luz para todo el género humano con sus pantuflas puestas y tecleando paridas en el ordenador de su casa. Hay que ser muy fantasma para pretender haber descubierto secretos que se le han resistido al periodismo de investigación y al espionaje internacionales. Toda una legión de conspiranoicos e ignorantes gustosos de serlo cree que el Apolo 11 no llegó a la Luna en 1969 y otros piensan que los marcianos nos han regalado tecnología a cambio de seres humanos para sus experimentos médicos.

Aquello que no se entiende genera incertidumbres, miedos y sospechas, y se racionaliza mal. Como la virtud de reconocerse ignorante en ciertos asuntos es tabú, muchos se creen con derecho a imaginar cualquier escenario o guión por muy estúpido que sea, y a defenderlo por alguna intuición o creencia personal, por algún deseo vital o consolador, por un afán de sospecha infinita llevada al absurdo. Aquí está el peligro: una mente sin barreras lógicas enfrentada a la complejidad de la tecnología, de la ciencia y de la sociedad en general que dispara a todo lo que ve y luego mueve la diana para que encaje el mayor número de disparos en el centro.

Buena parte de las conspiraciones contemporáneas (he citado las más locas) son producto del temor, de cierta soberbia intelectual, de la saturación de fuentes de información contradictorias, de una comprensión del mundo basada en tópicos, de la incapacidad para discriminar, de una paradójica credulidad escéptica. De este lodazal no es posible salir si es que queremos seguir presentándonos como los despiertos, como los que han tomado la pastillita roja de Morfeo en Matrix quedando como aguerridos debeladores del orden oculto, locuaces personajes que se han tragado la propaganda de Hollywood en forma de películas y la de una industria de los misterios y los secretos históricos que parece tener por objetivo la distracción y atontamiento de los aficionados, aunque suene conspiranoico…