Ya uno tiene edad -es decir, está bastante talludito y peina alguna que otra cana- para asustarse de pocas cosas (bueno, de algo sí: de ver otra vez en la tele a Belén Esteban), y menos en este pandemónium constante en el que vivimos. Paso, hasta impávido y sin ruborizarme, por las noticias de los últimos días: la enésima promesa incumplida de Mariano (esta vez le tocó a los pensionistas), la detención del expresidente nacional de la patronal Gerardo Díaz Ferrán (en las mejores familias también ocurre), la subida del paro, los nuevos desaguisados del ministro-toro bravo Wert (y ya van…), las cuitas internas de CC y del PSOE (buena época pa’ echarse a pelear)…

Sin embargo, hay informaciones impactantes que te llegan al alma, aunque haya que remontarse para ello a poco más de dos milenios. Las revelaciones (supongo que divinas) del papa Benedicto XVI en su nuevo libro, Las historias de la infancia. Jesús de Nazaret, acongojan de verdad, sobre todo porque el pontífice se carga de un plumazo años y años de tradición y de poner figuritas arriba y abajo.

Ratzinger (que se me ha adelantado haciéndose un Twitter) no solo nos deja el portal de Belén sin buey ni mula, sino que encima sostiene que los Reyes Magos no proceden de Oriente (ni del Próximo ni del Lejano) y que vienen de mucho más cerquita, de Tartessos (más o menos en la Andalucía actual para situarnos), provocando de paso y como efecto inmediato que el presidente del Patronato Provincial de Turismo de Huelva, un tal Ignacio Caraballo, quiera promocionar el descubrimiento y “venderlo a los turistas”. “Si son nuestros (Melchor, Gaspar y Baltasar) habrá que salir como un cañón”, afirma ufano.

Esta ola revisionista nuevatestamentaria de Benedicto XVI nos ha aturdido a todos, destruyéndonos mitos atávicos con la Navidad a la vuelta de la esquina. Me pregunto qué se pueden encontrar ahora las muñecas de Famosa que se dirigen al portal cuando lleguen allí. Miedo me da pensarlo… Si San Pedro levantara la cabeza.