Una persona que presumo de conocerla desde los años de la infancia me contó hace unos días un sueño del que despertó perplejo. Me relató que en esa ficción onírica se encontraba en su pueblo natal, en el norte peninsular, visitando a sus padres, junto a su mujer. Las escenas familiares se entremezclaban con los reencuentros con viejas amistades. Las conversaciones giraban en torno a las circunstancias laborales de cada uno. La crisis ya había hecho mella en algunos. Me dijo que, como si de una cortinilla se tratase, de repente se veía acudiendo, esta vez sin su mujer, junto a amigos más cercanos, a una semifinal de la Copa del Rey de rugby con el equipo de su pueblo de anfitrión. Se le acercaban rostros a los que había perdido la pista. Rostros que le recordaban que en ese equipo él comenzó a mover el balón ovalado hace casi cuarenta años. Ese equipo que podía hacer historia. Al detallármelo se le derramaban las lágrimas de emoción. Siguió contándome que, tras esos saltos en el tiempo y el espacio que nutren los sueños, asistían, ahora con su mujer y amistades de Tenerife a una ceremonia tribal en un país africano. Me explicó que se le agolpaban acontecimientos de vida salvaje con instantes de sosiego en los poblados masai. El sueño seguía trazando un destino insospechado repleto de transiciones. Tras una de ellas, me dijo que estaba alzando la vista para observar los perfiles de la ciudad de los rascacielos, mientras que su mujer y sus dos hijas no perdían detalle en los escaparates. Me contó que al bajar la vista, junto a su mujer, ellos solos ahora, se toparon con un vasto valle bajo sus pies. Me aseguró que era El Golfo de El Hierro. Me subrayó que, de forma súbita, se vio despedido del trabajo. Que no recordaba ni cuándo ni porqué lo habían hecho. A continuación, parafraseando a Monterroso, me confesó que, “cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”. Y yo añado: “Hoy, día 6, y también el dieciséis”.
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Despertando - Juan Carlos García publicado por Juan Jesús Gutiérrez →