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La divisa – Por Salvador García Llanos

Cuenta Wolfgang Kiessling que el día de la apertura, un 17 de diciembre, llovió tanto que apenas entraron diez personas. Pero fue una buena señal. Señal de abundancia. Aquella iniciativa, fraguada con su padre, emprendía un rumbo que, con el paso del tiempo, cuajaría en un emporio. La idea era, sobre una superficie de trece mil metros cuadrados, un parque exótico, con animales, loros y papagayos y con algún espectáculo añadido. Era toda una novedad en el portuense barrio de Punta Brava, a partir de aquel momento conocido por algo más que su Lazareto, la vieja y tortuosa carretera y el equipo de lucha canaria.

Ahí surgió Loro Parque que cumple hoy cuarenta años que es tanto como decir cuatro décadas de constante expansión, de ampliaciones, de innovación, de exotismo, de afán perfeccionista y, sobre todo, de amor por la obra bien hecha. Aquel admirable espectáculo de los loros en patineta o jugando a baloncesto queda muy atrás: surgieron otras atracciones, creció el zoológico, vinieron los delfines, Lorovisión, el orquidiario, la isla del tigre, impresionó el pingüinario, llegaron las orcas y hasta brotaron un palacio árabe y un pueblo tailandés… Y todo, con un esmerado sentido de la excelencia. No era hacer por hacer o disponer cosas nuevas por el simple hecho de añadir y atraer sino hacerlo bien. Hasta lo mejor.

El parque hoy tiene una colección de más de dos mil palmeras de todo el mundo plantadas en casi ciento cuarenta mil metros cuadrados. A lo largo de su historia ha registrado unos cuarenta millones de visitantes. Loro Parque lo es todo: una marca, una atracción, un lugar de obligada visita para el turista, una fuente para cualquier nativo… En definitiva, una divisa del Puerto de la Cruz, tal es así que, junto al complejo turístico Costa Martiánez (el Lago, para entendernos), ha constituido uno de los grandes soportes del destino turístico.

Nacido para disfrutar. Para gozar de la naturaleza, entre el verde de los platanales y el azul atlántico. Para vivir una jornada entera entre sonidos indescifrables y saltos indescriptibles sobre el agua. Entre adelantos tecnológicos e instalaciones que son una plétora de atractivos. Para recrear la vista sobre especies animales y vegetales. El frescor, la aventura, la variedad, los recursos naturales tan al alcance, las sorpresas…

Todo eso es Loro Parque, el fruto de la constancia, la sensibilidad permanente, el tesón germánico e insuperable de Wolfgang Kiessling, hijo adoptivo del municipio. Y de Birgitte, su esposa. Y de sus hijos. De Antonio Caseras, su leal consejero y abogado, ya fallecido. Y de unos cuantos colaboradores que trabajaron con denuedo para fabricar el emporio y para superar también algunas situaciones delicadas derivadas no solo de las características de la protección y conservación de los animales sino del propio funcionamiento de las complejas instalaciones.

Tal día como hoy, hace cuarenta años, se inició la andadura. Qué fértil.