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Edmund Gwenn> Por Luis Ortega

El otoño fue clave en la existencia apacible de este carismático actor formado en el teatro clásico y con una variedad de registros que le trajeron el éxito desde su debut en las tablas. Fue el intérprete fetiche del exigente Bernard Shaw, que lo descubrió en una sala modesta y lo eligió para abrir varios otoños teatrales en Londres, donde nació el 26 de 1877. Murió en California en 1959; estrenó su última película -hizo unas ochenta- en dicha estación, en 1956, y un año después ganó el Premio de la Crítica en la Biennale de Venecia. También en ese trimestre tuvo su estrella en el Paseo de la Fama y el homenaje de los muchos amigos que consiguió su carácter bonachón. Se cumplen cincuenta y seis años de Calabuch y los cinéfilos lo evocan en el Museo Virtual de García Berlanga, inaugurado este mismo mes. Nos contó el director valenciano en una entrevista que conoció a Edmund Gwenn en septiembre de 2004 y que el rodaje que facilitó su gran profesionalidad también se hizo en otoño. De ahí salió una joya de la cinematografía española, en la que intervinieron también técnicos y secundarios italianos, sumados a una obra elemental y maestra.

Su brillante carrera teatral -interpretó también a Ibsen, Chéjov, Rattigan- lo llevó al cine y, con más de 80 títulos, cruzó continuamente el Atlántico hasta que la edad y los problemas de salud lo obligaron a fijar su residencia en Los Ángeles. Por Miracle on 34th Street -donde fue un curioso Santa Claus- obtuvo el Oscar y el Globo de Oro al mejor actor de reparto en 1947 y su paisano Alfred Hitchcock le dio dos papeles, “hechos a su medida”, que resultaron éxitos de taquilla y crítica. Coleccionista de arte y tertuliano de intelectuales, fue un personaje querido y respetado entre la gente del gremio. Murió a consecuencia de una neumonía y su biografía y leyenda le atribuyen como epílogo de su vida honorable y bonancible un encuentro con un conocido que lo consoló en su agonía con una frase tópica: “¡Qué difícil, Edmund, es morir”. Nuestro protagonista le replicó con su irrenunciable flema británica: “Mucho más difícil es hacer comedia”. El físico atómico, que, arrepentido de sus hallazgos, encontró refugio en un pueblo levantino y convivió con los problemas e ilusiones de los lugareños, recordó siempre esta actuación y de hecho una foto fija del rodaje, un corto sonriente y pícaro, identifica el lugar donde se guardan sus cenizas, el columbario de la necrópolis de Los Pinos, rodeado de celebridades de las artes y las letras.