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No es Navidad – Por Carmelo J. Pérez Hernández

Escucho a una señora en la guagua: “Pues ya han puesto los adornos en las calles, pero este año no parece ni que sea Navidad” [sic]. Se quejaba la individua del clima generalizado de pesimismo que presuntamente flota en el ambiente. Supongo que muchos estarán de acuerdo con ella, por aquello de la crisis quiero decir.

Pero yo sostengo que no, que la señora de la guagua se equivoca. Es cierto que esa Prima con apellido De Riesgo enturbia nuestros días y amenaza de insomnio nuestras noches. Es verdad que el paro acogota a Canarias con la voracidad de una plaga bíblica y arrasa las ganas de echar mano a la pandereta. Con eso y con todo, hay una explicación mucho más sencilla para justificar por qué estos días no parecen Navidad: ¡Pues porque no es Navidad aún, querida señora de la guagua! Que no se puede comer el cochino sin antes matarlo, ni recoger la cosecha de papas sin plantarla primero. Que la Iglesia aún no ha parido al niño, y está ahora a otras cosas.

Ahora toca prepararle el camino, que no es un tema menor. Y toca hacerlo con alegría, lejanos y alejados ya los días en que las caras largas, cuanto más largas mejor, se pusieron de moda entre quienes se embarcaban en una aventura de reflexión y crecimiento personal.

Las caras largas, los rostros ceñudos, no forman parte de la liturgia cristiana. En realidad son propios más bien de quien ha perdido el norte de su fe y de su vida. Eso sí, vestir… visten. A nosotros nos toca, sin embargo, salir al encuentro de Dios que se hace carne temblando de alegría. Se nos ha dicho -hoy lo recuerdan las lecturas de la misa- que estamos en el tiempo de tirar a la basura los trajes de luto, de ponernos en pie y mirar al horizonte.

En lontananza no veremos otra cosa que esperanza. Montes y colinas que se abajan para que podamos escalarlas, barrancos que se rellenan para poder cruzar sobre ellos, bosques que se doblegan a nuestro paso para confortarnos con su sombra. Elocuente poesía oriental para pintarnos el mejor escenario posible: el que viene es Dios mismo.

Pero no es teatro lo que hacemos los creyentes con la Navidad. La belleza de nuestras palabras, de nuestra liturgia y de nuestros signos estos días buscar ser al menos un pálido toque de atención que dirija la mirada de todos al portal, aún vacío.

Será Navidad, pronto. Muy pronto, señora de la guagua. Nuestra alegría lo hará posible. Cuanto más verdadera, cuando más honda, cuanto más asentada sobre la verdad última de nuestra vida esté nuestra alegría, antes nos alcanzará la Navidad. El desierto ya lo grita. El desierto entero se ha convertido en un grito, uno que salió primero de la boca de Juan el Bautista y se reproduce ahora en millones de gargantas que en la soledad han descubierto que no están solos. Nadie puede estar solo después de que Dios se haya hecho compañero de camino.

Y eso es lo que toca ahora, preparar la garganta, la vida toda, para anunciar que viene. Hay que contarle a cada célula de nuestro cuerpo que él viene y que hay que aprestarse a abrazar la felicidad verdadera. De limpieza andamos, para dejarle el mejor sitio en nuestra vida. Por eso todavía no es Navidad, mi querida señora de la guagua.

@karmelojph