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La espera del Azawad – Por Juan Carlos Acosta

Las derivaciones de la invasión del norte de Mali por fuerzas islamistas radicales parece que no terminan de ser enfocadas ni por parte de los organismos panafricanos ni por las agencias multilaterales internacionales. Cierto que la escena ha estado condicionada también por los continuos trueques de poder en su capital, Bamako, bajo la férrea vigilancia del capitán golpista Sanogo, y una calma tensa a la espera de una intervención militar que no llega, aún tras el pronunciamiento del pasado jueves del Consejo de Seguridad de la ONU, que la autoriza pero con reservas, porque entiende que una acción directa puede provocar el éxodo de cientos de miles de refugiados. El dictamen emerge además desvitalizado por las dudas sobre la inminencia de su aplicación lanzadas poco después por el presidente francés, François Holland, mientras que la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) no puede, ni debe, actuar unilateralmente, porque no cuenta con el potencial bélico suficiente para emprender una campaña incierta contra unas milicias difíciles de identificar, ubicar y combatir en ese desierto, el del Sahel, que atraviesa todo el continente. Tampoco las potencias occidentales se han mostrado muy decididas a apoyar los ataques sin calcular bien sus consecuencias reales, salvo la propia Francia o Alemania, que defienden la operación para “evitar una nueva Somalia”, frente a la tónica general de reticencia, como la de los Estados Unidos, o de tibieza, como la de la propia España, que solo pretende cooperar para instruir a los militares locales. Sí que se revela a estas alturas evidente que el Azawad puede convertirse en una encerrona para cualquier movimiento de liberación, porque es la desembocadura de todo el reguero fundamentalista que ha ido eclosionando desde el este y en el que confluyen elementos de diversas cataduras, desde salafistas a mercenarios bien entrenados, empleados en regímenes altamente militaristas, como el de Libia, y que ahora manejan una gran parte del arsenal de Gadafi.

En cualquier caso, no se trata ya de ciudades, carreteras, edificios y fortines, sino de territorio abierto en el que las entradas y las salidas no están determinadas, al igual que el objetivo a batir, el ejército enemigo, una agrupación de hordas que van y vienen alimentadas por un caudal conformado por miles de fanáticos de la Yihad. La cuestión es si la espera corre a favor del equilibrio de esa región, tan cercana a Europa y a Canarias, o si este silencio al que asistimos precede al ruido de los tambores de guerra santa contra los cantos a la democracia o las falsas esperanzas de evolución, como la Primavera Árabe.