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Estimado Señor – Por Jorge Bethencourt

Me dirijo a usted de esta manera porque me resisto a llamar Papá a un individuo obeso con el que no tengo ninguna relación familiar. Pero es que además de ser gordo, me cae usted igual. O sea, gordo. Usted, con sus malditos renos, su asqueroso trineo, su traje rojo chillón y sus barbas blancas, está acabando lentamente con nuestros Reyes Magos, condenados, como los dinosaurios, a la extinción.

El cine ya no hace películas de los tres reyes de Oriente. Para verlos en el celuloide hay que remontarse a cintas prehistóricas. Sin embargo, de usted, querido gordo mofletudo, nos llueven más y más películas, a cual más empalagosa, donde le presentan junto a su señora, sus gnomos trabajadores y sus posesiones en una remota ciudad del Polo Norte donde se fabrican los juguetes (aunque en realidad todos sabemos que los hace usted por encargo en China). A los reyes solo les recuerdan los ayuntamientos, lo que constituye el síntoma definitivo de su ocaso. Sin embargo por donde quiera que uno mira ve esos ridículos gorritos rojos, esos cuernos de reno que algunos se ponen en la cabeza (junto a los que ya lleva en propiedad) y esas canciones que hablan de campanillas y de Navidades blancas, y de chimeneas y papás noeles subiendo por los balcones.

Es cierto que los Reyes Magos son un referente de la monarquía, aunque sea oriental. Y que los reyes a uno se le atragantan. Pero, siendo sincero, los reyes nos trajeron el primer fuerte de madera con vaqueros e indios, el primer Scalectrix que no había dios que montara, el primer tocadiscos, la primera bicicleta, los primeros patines… Los reyes magos, gordo repelente, nos llenaron la vida de juguetes maravillosos que nos pasábamos meses y meses deseando y soñando. Y que nos disparaban el pulso cuando al fin teníamos a nuestro alcance.

Usted, a cambio, nos deja todos los malditos años unos calcetines, unos calzoncillos y un par de corbatas. Usted, gordo seboso, vestido de cabaretera, no despierta en nosotros ni la más mínima ilusión. Usted no vivió con con nosotros los cuentos de la radio, no vivió la tele en blanco y negro, no vivió la llegada de Galerías Preciados que fue anterior a la democracia. Usted nunca tendrá un sitio en mi corazón ni podrá desplazar jamás a esos tres tipos silenciosos, austeros, poco cariñosos y distantes -coño, son reyes- que jamás se exhibieron impúdicamente en un centro comercial cualquiera con una campanilla en las manos.

Así que, se lo advierto, vampiro capitalista, ni se acerque a mi tarjeta de crédito este año. Y los calcetines y calzoncilos que me tocan, se los puede usted meter por el tubo de escape del trineo.

@JLBethencourt