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Fiasco> Por Juan Hernández Bravo de Laguna

Es evidente que las elecciones autonómicas catalanas han supuesto un importante retroceso para la formación nacionalista gobernante y, en especial, para su líder, Artur Mas, ahora presidente en funciones de la Generalitat. Ha perdido nada menos que 12 escaños de un Parlamento de 135, casi el diez por ciento del total de los diputados, y ha quedado a merced de otros partidos, porque para poder gobernar necesita llegar bien a pactos globales de legislatura, que le permitan conformar un Gobierno de coalición o monocolor con apoyo externo, o bien concluir acuerdos parciales en cada coyuntura política. En todo caso, para superar la investidura precisa de la abstención de algún grupo con un número significativo de escaños.

En resumen, las elecciones han constituido para Convergència i Unió una operación política ruinosa, un fiasco, que implica fracaso y decepción. Porque tengamos en cuenta que el anterior Parlamento se encontraba a mitad de su legislatura, que quedaban todavía dos largos años, en los que la situación política puede variar de forma apreciable, y que el objetivo de esta pirueta electoral era obtener una mayoría aplastante que sirviera de coartada supuestamente legitimadora del anticonstitucional referéndum de independencia que se pretende. Nada más lejos de lo que las urnas han expresado con claridad.

Está por ver hasta qué punto ha influido en los resultados electorales la filtración del informe policial sobre presuntas cuentas en bancos suizos del anterior presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, y del propio Artur Mas, unas cuentas nutridas con fondos procedentes de la financiación ilegal de CiU a través del escándalo de corrupción del Palau de la Música Catalana destapado hace un tiempo. Y su presunto encubrimiento por jueces y fiscales de Cataluña. Encuestas y sondeos de última hora apuntaban a que más de la mitad del electorado tenía la convicción moral de que todo es cierto, pero se trata de una convicción moral que nada tiene en común con la decisión judicial que en su día se adopte. Una cosa es la verdad, otra la convicción moral, y otra muy distinta la verdad judicial a la que llegan los tribunales.

Sin quitar importancia a la cuestión de la independencia, todo apunta a que también ha influido en los resultados, como no podía dejar de ocurrir, la terrible situación económica, una crisis interminable cuyos devastadores efectos sufren los ciudadanos catalanes al igual que el resto de los ciudadanos españoles. Mas no podía pretender ser el único líder europeo al que no afectara electoralmente esta situación. Y en el caso catalán la crisis se une a la evidencia de una nefasta gestión económica del Gobierno autonómico, una nefasta gestión que ha agravado las cosas y ha obligado a solicitar el rescate a Madrid.

Artur Mas solo tiene dos alternativas reales de pacto en cualquiera de sus variantes: o llega a un acuerdo con Esquerra Republicana de Catalunya o lo hace con el Partit dels Socialistes de Catalunya, que no olvidemos es un partido distinto al PSOE, aunque aliado con él. Esta opción parece poco probable. Sería un pacto de perdedores (los socialistas perdieron ocho escaños), con 20 escaños perdidos entre los dos y la mala imagen consiguiente. Y el PSC, que se ha apresurado a advertir que ve “lejísimos” un pacto con CiU, no puede secundar la ofensiva independentista, a la que Mas ha declarado no renunciar pese a su derrota, bajo pena de perder los pocos apoyos electorales que le restan. El escenario que se dibuja es un acuerdo de CiU con Esquerra Republicana, que ya ha comunicado a Mas su deseo de no incorporarse al Gobierno catalán, aunque sí su intención de facilitarle la investidura. Se supone que cerrarán un acuerdo de Legislatura que consagrará un apoyo externo. ERC exige, además, fijar una agenda independentista y “gestos”, como suprimir el euro por receta y romper cualquier acuerdo con el Partido Popular. Esquerra es, en realidad, la gran vencedora de las elecciones, en las que ha doblado sus votos y sus escaños, y tiene una parte de la responsabilidad en la derrota de CiU, algunos de cuyos votos se le traspasaron.

CiU representa el nacionalismo independentista de centro derecha que ha predominado en Cataluña desde las primeras elecciones democráticas. Su alianza con Esquerra incorpora a la gobernación catalana un nacionalismo radical de izquierdas, que va a exigir la independencia como objetivo irrenunciable a corto plazo, y unas políticas sociales opuestas e incompatibles con las implementadas hasta ahora por la Generalitat. No será fácil la colaboración entre las dos fuerzas políticas, que se anuncia conflictiva.

La derrota de Artur Mas se debe a múltiples causas. Un sector de su electorado ha preferido optar por el independentismo social que en teoría ofrece Esquerra, antes que por el independentismo con recortes sociales de CiU. Pero otro sector ha retrocedido ante la aventura separatista. Una cosa es amenazar con irse para chantajear a Madrid, y otra muy diferente irse de verdad. Las amplias clases medias catalanas y todo su empresariado contemplan con enorme prevención lo que sería un futuro incierto en cuanto al mercado español e iberoamericano, y al papel de Cataluña en la UE. Porque temen, con razón, que la independencia sea un fiasco de fracaso y decepción.