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El fin del mundo – Por Jorge Bethencourt

Esta sociedad mayoritariamente agnóstica ha sustituido el mito del dios por el del fin del mundo. Gente que se define racional es capaz de tomarse a cachondeo las delirantes invenciones de cielos, infiernos y purgatorios, pero puede tragarse a pies juntillas inquietantes profecías sobre el fin de los tiempos.

Esfumado el apocalipsis del segundo milenio, cuyas peores consecuencias fueron las habituales resacas de la noche del fin de año, la nueva fecha fatídica es la del 21 del 12 del año 2012, vendida como el fin del mundo según las previsiones del calendario maya. En realidad la Cuenta Larga de los mayas sólo establece el final de un calendario y el comienzo de otro. Pero la industria mitológica del miedo no funciona con elementos racionales, sino con mitos instintivos. Que la verdad no nos estropee una buena noticia.

Cada once años, más o menos, el Sol organiza un pequeño festival de explosiones para eliminar gases. Tengo un gato que lo hace con mucha más frecuencia. Pero la misma gente que se descojona de la existencia inmaterial del alma, es capaz de disertar con solvencia sobre los pavorosos efectos de un pulso electromagnético sobre el marcapasos de la abuela. Y aunque no hay constancia científica de la existencia de un asteroide en trayectoria de colisión sobre la Tierra (dado que incluso Zapatero ya no está en política activa), de cuando en cuando se lanzan tenebrosos mensajes del descubrimiento de cuerpos extraños que nos apuntan entre ceja y ceja.

Tengo la impresión de que existe una predisposición natural hacia la búsqueda de un trágico final a la existencia del ser humano. Y dado que el final nuclear que predijo la ciencia ficción no va a ser posible, a pesar de los meritorios ensayos de Chernobil y Fukushima, nos vamos buscando gloriosas epopeyas para justificar el miedo que nos invade.

El 21 no se va a acabar el mundo. Porque el mundo lo vamos acabando nosotros solos sin necesidad de ayuda externa. El mundo lo vamos demoliendo paso a paso los siete mil millones de monos venidos a más y armados hasta los dientes, que se matan con permiso de la ONU en Siria, o se asesinan ilegalmente en un colegio norteamericano. Que contaminan con más gases que mi gato y más cercanos que los del Sol.

El mundo se acaba cuando uno de cada seis españoles cree que perderá el trabajo dentro de los próximos seis meses. Una incertidumbre laboral que, en Europa, solo se supera en Chipre, Grecia, Letonia, Eslovaquia y Bulgaria. Ese sí es un fin del mundo en el que puedes creer. El fin de tu mundo. Y para descubrir las causas no mires al cielo buscando un cometa asesino, míralos a la cara en los periódicos de cada día a todos y cada uno de ellos. Y mírate al espejo.

@JLBethencourt