Análisis>

El fin del mundo> Por José Miguel González Hernández*

Es muy probable que sea mi último artículo. No porque haya desavenencias con la editorial. Ni siquiera porque se agoten los argumentos y temas a tratar. Probablemente será mi último artículo porque el 21 de diciembre se acabará el mundo. No lo digo yo, lo dicen los Mayas. Según el Calendario del Largo Conteo, el 21 de diciembre de 2012 es el fin de esta civilización humana debido a que se producirá el solsticio anual de invierno, se alinearán el Sol y la Tierra y concluirá un ciclo en el que se cumple el décimo tercer baktún, por lo que un Dios bajará del cielo y se completará un ciclo de 5.125 años. Hay que dejar claro, parece ser, que los seres humanos no desaparecerán, sino que entrarán en una nueva civilización, la cual no tiene ninguna relación con la presente, y aparecerá una completa y nueva conciencia cósmica junto a una transición espiritual hacia la nueva civilización debido al retorno del dios Bolon Yokte, que, sinceramente, no sabía que se había ido, dado que siempre había sonado como candidato a la presidencia de la Comisión Europea.

Pero como en todo hay incrédulos, como la propia NASA y los gobiernos de España y Canarias, los cuales desmienten el hecho tajantemente, debido a que los acontecimientos en los que se basan las previsiones tienen su origen en la historia del supuesto descubrimiento por los sumerios del planeta Nibiru, que se predijo que impactaría en la Tierra en mayo de 2003. Ahí, que sepamos, no sucedió nada, salvo que Juan Pablo II visitó por quinta vez España o que Letonia celebró una nueva edición del Festival de Eurovisión y resultó ganadora Turquía. También se celebraron elecciones municipales, entre otras cosas, siendo esto lo más cercano a una catástrofe. Por ello, la fecha se pospuso a diciembre de este año, supongo que por ser año olímpico. Pero los incrédulos no le dan pábulo a tal historieta y piensan que es un invento para no hablar de la crisis, de los recortes presupuestarios y así no poder justificar los incumplimientos en materia de déficit público por parte de los diferentes niveles de la Administración.

En lo que la comunidad científica sí que se ha puesto de acuerdo es sobre la advertencia de fuertes tormentas, no solo solares, sino también presupuestarias, ya que estamos. Debido a estas últimas, puede que sea mejor que el mundo se acabe y con él las deudas. Aunque es probable que, como en los contratos hipotecarios, en el más allá nos quedarán algunas facturas sin saldar porque la valoración de nuestra vida ha disminuido respecto a la peritación inicial que se nos había hecho. Nos quedamos sin vitalidad, y además debemos parte del crédito inicial. Pero una cosa sí queda bien clara, y es que en ese último día no podrán aparecer calamidades apocalípticas de forma de destrucción, plagas o inundaciones. Y la razón aquí es más radical, si cabe, porque Alemania no permitiría incurrir en ningún porcentaje del PIB en materia de déficit público para reconstruir lo que cualquier meteorito u ola pudiera ocasionar. Eso sí que no. En ese caso, el BCE dejaría de comprar deuda soberana y, sí solo sí, si se estableciera una rebaja salarial adicional del 30% de la población ocupada, se podría estudiar el asunto. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y sería de poco inteligente reconstruir el mundo endeudándonos más. Algo hemos tenido que aprender, ¿no? Así que, alegre esa cara. Si se acerca el último día, no lo pase relamiéndose las heridas, sino disfrutando de la vida. Y si no es el último día, seguro que lo habrá aprovechado de forma diferente y con más intensidad. Aunque, si les soy sincero, a mi lo más que me fastidia es que, para un año que había comprado a un exalcalde un décimo de lotería que me aseguraba que estaba premiado, va el mundo y se acaba un día antes. Lástima. Otra vez será.

*RESPONSABLE DEL GABINETE TÉCNICO DE CC.OO. EN CANARIAS