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El fin del mundo – Por Luis Aguilera

Los aficionados al fin del mundo, que son muchos y que este último 21 de diciembre se han visto frustrados por los mayas, solo tienen que ponerse frente al televisor para verlo. Donde están equivocados es en esperar un único cataclismo en un único día. Algo así como la apoteosis de la destrucción.

No niego que debe ser un gran espectáculo ver que se nos viene encima algún formidable pedrusco sideral o que de un momento a otro sintamos bajo nuestros pies que el suelo se resquebraja y que la tierra comienza a supurar incandescente magma y que hierve los mares y los ríos y no hay a dónde huir ni a qué aferrarse ni lugar posible para el refugio. Con menos impaciencia podrán corroborar que la extinción va bien y que el fin no necesariamente tiene que venir con el estruendo de las catástrofes instantáneas y solubles sino en el silencio con que avanzan los desiertos, en el rumor sin testigo de los deshielos o con la callada y artera acción de los venenos. Todo parece indicar que el mal de su acabamiento se parece más a la enfermedad y que nosotros somos el virus que lo afecta y que ya lo tenemos en la larga agonía de las fases terminales.

Solemos diagnosticar la gravedad del asunto por la emisión de gases contaminantes, por el uso de plaguicidas y materiales no degradables, por la deforestación implacable, pero, si bien todo esto es palmariamente cierto, son más consecuencia que causa.

Otras equivocaciones de mayor envergadura nos han dado esta vocación suicida. Desde el día que erigimos al hombre como el “rey de la creación” el planeta nos comenzó a sufrir.

Hemos hecho todo lo contrario de lo que decían los mayas: “La tierra no le pertenece a los hombres. Son los hombres los que le pertenecen a la tierra”.

Así que no fue error pequeño cuando la convertimos en propiedad privada y, confiscado el derecho de todos, pasó a ser mercancía y bien de lucro. Y para colmo, como una metástasis mortal, sobrevino el capitalismo, rienda suelta a la codicia que acumula y ya no hubo límite para su expolio y su saqueo. El problema para el mundo es que no hay vacuna eficaz contra nosotros.