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Gerando Díaz Ferrán – Por Luis Ortega

En el país donde todo es posible, quien fuera el locuaz presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales responderá ante la justicia por estafa, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales para no pagar a sus acreedores más de cuatrocientos millones de euros por la fraudulenta quiebra de Marsans. Junto a Gerardo Díaz Ferrán (1943) cayeron siete testaferros y la policía intervino en sus domicilios, grandes sumas en metálico, coches de alta gama y hasta un lingote de oro, una baratija de sesenta mil euros, una brizna en el montante de las evasiones de uno de los personajes más cínicos que recordamos, al que el juez exige treinta millones de euros de fianza; sin Dios por medio, gracias a Él, este es un Ruiz Mateos cualquiera, enriquecido en el rebufo de la bonanza y por concesiones públicas, que se veía, además, como un salvapatrias, con sus recetas económicas -“para salir de la crisis hay que trabajar más y ganar menos”, dijo el sujeto- y sus adulonerías a políticos de su cuerda. Entre los detenidos figura también Angel de Cabo -trilero de las finanzas y especialista en adquirir por cifras simbólicas sociedades en quiebra- a quien Ferrán y su socio Gonzalo Pascual, muerto en junio, vendieron la empresa de marras. El capo empresarial, que se agarró a su sillón como una lapa a un callao, llevaba años con el montaje de esta trama de ingeniería financiera y, mientras predicaba honestidad y rigor al gobierno de Zapatero, camuflaba capitales y no pagaba a proveedores ni trabajadores. Las denuncias de unos y otros tocaron en turno a Eloy Velasco, juez de la Audiencia Nacional y, días atrás, el escándalo cayó sobre un empresario obscenamente rico que hizo creer a todos que su ruina fue, todo lo más, resultado de una mala gestión y no el fraude, pícaramente urdido, contra sus proveedores y la hacienda pública. Cuando acabe la instrucción, que se prevé larga por la compleja maraña tejida por el tramposo y sus cómplices, este habrá cumplido setenta años y no irá a la cárcel; tras echar las culpas al muerto, el recurso común de los amorales; en un paraíso de los que acogen a sátrapas, timadores y demás delincuentes económicos, le aguardará un buen dinero no localizado -¿quo est Luis Roldán?- y una vida muelle; allí recordará que, sin vergüenza, se metió con los sindicatos y engañó a políticos y colegas. En cualquier caso, bien por su señoría que con su actuación da aire fresco a la criticada justicia y una dosis de bochorno al caradura.