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Hasta aquí> Por Alfonso González Jerez

Cualquier cosa puede causar una sorpresa. Hasta José Miguel Barragán puede hacerlo. Después de cerca de veinte años ocupando un escaño en el Parlamento de Canarias, el actual secretario general y portavoz de Coalición Canaria ha expectorado una sentencia prodigiosa: “Con el chantaje del veto, no negociamos ni con los nuestros”.

Barragán respondía así al anuncio de los coalicioneros de Lanzarote y la petición del Cabildo de Tenerife para que los diputados de una y otra isla veten el proyecto de presupuestos generales para 2013, utilizando una prerrogativa del reglamento de la Cámara. No se trata, por lo tanto, de un chantaje, ni de un caso de filibusterismo parlamentario, sino de un mecanismo previsto reglamentariamente y que ya ha sido puesto en práctica en otras ocasiones.

Pero lo más desopilante del agrio aspaviento de Barragán es que presupone que el Gobierno no tiene que negociar absolutamente nada. Se deduce de sus palabras que el Gobierno es una entidad preternatural que nada tiene que ver ni con el Parlamento ni con los partidos que lo sustentan en la Cámara. El Gobierno, en buena doctrina barraganiana, es el centro solar del sistema político y solo negocia, acuerda y sanciona sus decisiones consigo mismo. Una curiosa manera de entender la democracia parlamentaria. Y eso es lo que ocurre realmente.

No está germinando una rebelión organizada de los gerifaltes de CC contra el Gobierno de Paulino Rivero con el objetivo de aniquilar al presidente. Es el jefe del Ejecutivo el que ya no encuentra en CC los coros y danzas que admitían sus retóricas, sus decisiones, sus prioridades, sus ocurrencias y sus soledades bunkerizadas. Sorprendentemente, a la hora de diseñar los presupuestos generales más paupérrimos y aterradores al que jamás la Comunidad Autónoma ha debido enfrentarse, Rivero y su equipo económico no comunicaron, argumentaron y -en los estrechísimos márgenes posibles- negociaron las cuentas y las enmiendas con los menceyatos coalicioneros.

Se lo guisaron y emplataron ellos solitos, siguiendo la praxis política que ha caracterizado el mandato de Rivero, es decir, la alergia a las consultas, el desprecio por el trabajo en equipo, el progresivo ensorbebecimiento, la consideración del partido como un oyente más o menos distinguido con el que se debe perder el mínimo tiempo. Así han llegado hasta aquí. Claro que todavía se puede ir peor y más lejos.