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Los ex – Jorge Bethencourt

La nostalgia es un enemigo silencioso. Los recuerdos, con el paso del tiempo, van perdiendo sus perfiles ominosos y se vuelven formas evanescentes que duelen o alegran, pero solo un poco. Como los perfumes abiertos, el reloj va suavizando los aromas que un día fueron vibrantes. Cuando se recuerda a los muertos, la nostalgia, como un bondadoso amnésico, elimina las aristas de los que ya no están. En el océano de la memoria, los buenos recuerdos flotan mejor que las ofensas y los errores. Debe ser por eso que, para hablar con objetividad de la historia, hay que tomar distancia, alejarse, cuanto más mejor, del tiempo en que ocurrieron las cosas que analizamos. Tan mal andan las cosas en la política nacional que nos ha dado un ataque de nostalgia bipolar. De las olas de tiempo han emergido de nuevo las quillas de venerables barcos que, no ha tanto, surcaron las tormentas de los titulares de los periódicos y los vendavales de los telediarios. A Felipe González, el líder que puso a España en el siglo XX y situó el interés de Estado por encima del de su partido, se le escucha ahora casi con veneración cuando dice algunas cosas llenas de sentido común. Felipe ya era grande cuando llegó y se hizo más grande con la distancia. José María Aznar llegó con poca cosa, lideró sin estropearla mucho una de las épocas más florecientes de la economía de nuestro país y ha ganado estatura desde que dejó el Gobierno por propia voluntad. Hoy se cumple perfectamente eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor. No tiene mucho mérito, considerando la penuria intelectual, económica y moral de este país. Pero donde hinca el diente la nostalgia con más ferocidad es en la estatura de los liderazgos. Incluso cuando se equivocaban, aquellos políticos parecían estar luchando contra el destino, para retorcerlo con la fuerza de su voluntad, muy lejos de este tiempo en el que unos y otros parecen ir detrás de los acontecimientos, manejados por los cambiantes vientos de las circunstancias y las corrientes mediáticas. Hemos echado mano de los ex como quien saca de la cartera las estampitas de un santo.

Miramos con asombro la memoria de aquellos que hicieron la transición, los pactos de La Moncloa, la integración en la OTAN o la adhesión a la Unión Europea. Aunque también metieron patas que se han ido difuminando en el tiempo. Los socialistas han desempolvado a Felipe González. Y los conservadores han subido un poco el volumen de José María Aznar. Tan mal está mirar hacia el presente y el futuro que nos ofrecen mirar al pasado. Pero los recuerdos del ayer son aire que van al aire. Y las lágrimas de hoy son votos que van al mar. Ese donde nos ahogamos juntos los de ayer y los de hoy.

@JLBethencourt