por qué no me callo >

Juan Cruz – Por Carmelo Rivero

A vista de medio siglo, Juan Cruz ve el periodismo por dentro con todas sus tripas. Al aniversario llega con las alforjas llenas de balones y libros. Y en esta trayectoria polivalente, labrada de abajo arriba hasta el Premio Nacional de Periodismo Cultural, donde coexisten el periodista, el novelista, el poeta y el houdini de su legendario don de ubicuidad, permanecen intactos el futbolero y el fetichista de libros y carteles como el arquero uruguayo leyendo El pozo de Onetti mientras su equipo atacaba, o el de Marilyn absorta en el Ulises de Joyce. 50 años de periodista gran reserva, la edad de la bossa nova, es un viaje de la linotipia a Twitter, donde a menudo nos mandamos señales de humo en el ciberespacio y ahí se hace realidad el mito del holograma de Juan. En tiempos de pontifex, “ya no se tutea, sino se tuitea”, si jugamos a inventar golpes a lo Juan Cruz. Porque este portuense con asma de Proust titula Egos revueltos (Premio Comillas) o Crónica de la nada hecha pedazos (Premio Pérez Armas), haciendo malabares con las palabras y una pizca de humor. Ha sido este mistérico 12-12-12 el día que consagra las bodas de oro con el periodismo de uno de los mejores periodistas del país (dicho con toda la doble intención), cuya reseña iniciática, a los 13 años, en el 62, según un incunable del diario Aire Libre, era de fútbol (Entre infantiles anda el juego…), sobre el 4-0 del Fomento FC al San Telmo, “a las órdenes del árbitro Domingo, que tuvo una mediocre actuación”, según el autor. Con el tiempo, ideó antologías de cuentos de fútbol que encargó a Valdano, y, como hizo Eduardo Galeano a sol y sombra, hace poco sacó a la luz un libro sobre su equipo, el Barça, Viaje al corazón del fútbol. Un círculo perfecto entre el primer trabajo y el más reciente, de la mano del mismo deporte. Y es que siempre hay un balón que escribe sobre el césped un misterioso relato. De Tom Wolfe a Juan Cruz.