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Juan Gyenes> Por Luis Ortega

Resulta imposible recordar la triste nación en blanco y negro que dejó la guerra incivil, sin las fotografías de los ambulantes que vendían las panorámicas de las grandes ciudades como un ejemplo de la evolución del régimen vencedor; de los signos de bienestar que daban los anónimos elegantes en las grandes vías y los espectáculos de masas y los retratos de personajes adictos a una causa a la que la Europa democrática hacía ascos. Algunos fotógrafos talentosos -que eran tratados como amanuenses, con mayor o menor docilidad, para los propósitos de la propaganda oficial- se vengaron con sutileza de la ruda censura y deslizaron, entre la realidad exigida, rasgos de la trastienda trágica que tapaban los fastos forzados y el trampantojo nacional.

María Corral -mientras dirigió la Biblioteca Nacional- le dio a la fotografía el rango artístico, durante tanto tiempo y por tantos ignorantes con poder, negado y, poco a poco, aumentan los fondos con adquisiciones y donaciones que cubren, con menos velocidad de lo deseado, los terribles vacíos. Hace unos días pudimos contemplar una selección del artista Juan Gyenes (1912-1995), artista de origen húngaro que trabajó desde 1940, primero en el estudio de Campúa y, más tarde, y en base a unas buenas relaciones públicas y su calidad, en un gabinete que abrió en la Gran Vía. Mantuvo buenas relaciones con el Movimiento -al punto de que realizó todos los trabajos para la filatelia del Caudillo- y fue también el autor de la primera fotografía oficial de los Reyes en 1976. Trabajó en el Teatro Real, recibió condecoraciones y encargos sustanciosos y retrató a las personalidades españolas más notables y a las que pasaron por España.

Con ocasión de su centenario la BNE montó esta muestra que constituye un retablo de notables que, en contraste y complemento con los tipos y las labores populares del manchego Alfonso Sánchez (1880-1953) y con los paisajes profundos, los pueblos blancos y vacíos de la Andalucía pobre del almeriense Cecilio Paniagua (1911-1979), que refleja una realidad más objetiva, y menos amable, que la interminable serie del cuento semanal, como la califica sotto voce uno de sus protagonistas. En el otoño madrileño, tan extraño climáticamente como en la política y la economía, el impecable trabajo de Gyenes, que contó con los recursos y la astucia de mejorar, en cualquier caso dignificar, a los modelos fue una buena ocasión para refrescar los recuerdos y el riesgo de invertir el recorrido en un país dañado por las vueltas de tuerca.