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La ley de violencia de género y otras violencias – Por Ignacio Pastor*

Con carácter previo, y para evitar sesgadas susceptibilidades, manifiesto mi firme condena a la violencia machista; una lacra que lacera los cimientos de una sociedad que se pretende civilizada. A todos nos incumbe su combate pues a todos nos ultraja.

No obstante, observando los resultados de la Ley de Violencia de Género, les confieso un deseo: que esa Ley, y su perversa aplicación, entre en las casas de nuestros diputados y diputadas; quizá así, tomando el caldo de su misma sopa, consideran la “patología legal” en que está cayendo una ley creada para combatir una “patología social” como es el maltrato.

Somos muchos quienes creemos que esta Norma no está protegiendo a las verdaderas víctimas de la opresión machista. La mujer sometida, de forma cruel y constante, anulada su voluntad por el maltratador no denuncia, o si lo hace, en escaso número. Por el contrario, sí denuncian quienes saben que, parapetadas bajo esa Ley, consiguen ventajas de muy distinta índole. Sabemos que el respeto a la verdad es una idea que no fragua de igual manera en las personas; la mentira, si ofrece réditos, es usada sin sonrojo, en connivencia con quienes buscan distintos atajos para lograr espurios fines, sin reparar en las consecuencias.

La Ley, como se está aplicando, criminaliza meras discusiones entre iguales, parejas o exparejas, que se interrelacionan de muy distintas formas, no siempre ejemplares. Una acalorada discusión doméstica puede terminar, tras la intervención policial, sin apenas instrucción, sin cotejar datos, y después de una comparecencia ante el juez del hombre (en estado de shock, tras pasar -al menos- una toledana nochecita en los calabozos policiales) en una orden de alejamiento y penas de prisión o trabajos en beneficio de la comunidad. A esas penas se le añaden otros dolores: personales, familiares, en su trabajo…

¿Cuántas personas tienen antecedentes penales por hechos que no hace mucho eran una simple falta? ¿Cuántos inocentes han que pagar por culpas que no tienen? Y finalmente: ¿Qué hemos conseguido?. Estamos sacrificando demasiados derechos para lograr tan nimios resultados.

Compartimos la necesidad de erradicar la violencia de género. El desacuerdo está en el camino para alcanzar esa aspiración. Denunciando lo que está ocurriendo pretendo suscitar una serena reflexión con el fin de mejorar la norma, sin caer en estériles debates arropados en simplistas binomios: machismo-feminismo, derecha-izquierda; pues mientras, las verdaderas víctimas son renuentes a denunciar, desconfiadas de la protección que brinda el Estado. Perciben que su seguridad no está garantizada por falta de medios; recursos con los que la Sociedad podría contar si no se distrajeran en perseguir esas “otras violencias” generadora de “otras víctimas”; ahora de género masculino.

In memoriam Jean Lucien

*ABOGADO