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Miserables – Por José David Santos

La novela magna de Víctor Hugo, Los miserables, que estos días está de moda por la adaptación cinematográfica del musical que se basa en ella, ya no la lee casi nadie. Como pocos se aventuran a meterse entre pecho y espalda las miles de páginas de El señor de los anillos o las increíbles novelas epistolares de Las amistades peligrosas o Drácula. El Gatopardo, después de Visconti, Alain Delon, Burt Lancaster y Claudia Cardinale, ha dejado el texto de Lampedusa en el limbo. El listado de la literatura devorada por el cine o la televisión es amplia; a veces con razón, en otras muchas no. El Padrino fue título en lomo de libro o El silencio de los corderos, por poner ejemplos de mejoras cinematográficas. Son los tiempos modernos de la imagen y el show los que fagocitan con relativa facilidad lo que antes estaba negro sobre blanco y era referente de cultura, conocimiento, descripción de la realidad o inventiva en la ficción.

En el Parlamento de Canarias ocurre lo mismo en cada sesión. La puesta en escena audiovisual -en la retransmitida por la tele canaria aún más- hace que olvidemos lo que de verdad sustenta tanta parafernalia de discursos, enmiendas, vetos, votos y demás asuntos que, a dos metros y medio de la puerta de la sede de Teobaldo Power, empieza a importar un higo a demasiada gente. Porque ayer y hoy (sí, así es Canarias) se debatían y aprobaban los presupuestos de la comunidad autónoma, un mamotreto de cifras y letras en el que se va a sustentar la vida de muchos canarios en los próximos meses. Si la novela ya es mala, la adaptación de los pantallitas, como diría Juan Viñas, es aún peor. En esta caso ni lo uno, ni lo otro, pasará a la historia. Quizá, por eso, más allá de las salas de cine, esté de moda hablar de los miserables (sin cursiva).

@DavidSantos74