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Nuestro idioma como parte de la Marca España – Antonio Alarcó

Arrecian las críticas a una reforma educativa que muy pocos han leído, asegurando en muchos casos que se margina a las lenguas de las comunidades autónomas por el simple hecho de potenciar el aprendizaje del español.

Son muchas las cosas que nos unen –la primera, el idioma- y muy pocas las que nos separan, pero acercarse a este asunto encierra una alta complejidad, muy especialmente cuando se hace en nuestro país.

En efecto, las distintas lenguas españolas se caracterizan por su riqueza y vigor, pero es preciso reconocer que la razón de ser de un código, como el lenguaje, es resolver problemas de comunicación, en ningún caso, contribuir a crearlos. Cuantos más se puedan interrelacionar con sus signos, más útil será, y más razón de ser tendrá su existencia.

Nos referimos también a universales fórmulas de comunicación o expresión de los sentimientos como la propia música, las matemáticas o hasta los sistemas informáticos, que contribuyen a cohesionar a una sociedad global. El uso del lenguaje, en esencia, se reduce a remover las barreras entre las personas y a facilitar su interacción, por más que haya motivaciones de índole cultural que puedan aconsejar su preservación.

Con este fin, y en lo que atañe al español, ha de escucharse, clara y nítida, la voz de la Real Academia Española, o del Instituto Cervantes, cuya labor de preservación y fomento ha de ser reconocida como merece.

El Cervantes, de hecho, nació en 1991 para la defensa de nuestro importante patrimonio lingüístico, común no solo a más de 47 millones de españoles, sino a otros quinientos millones de hispanoparlantes. Le aporta valor añadido el ser idioma oficial de más de una veintena de países.

Qué mejor labor para la Institución que conservar tan descomunal patrimonio, el mayor activo de la Marca España, enriquecido tras siglos de historia, y caracterizado por su riqueza y uniformidad, pero también por su dinamismo ante las circunstancias de un mundo en permanente cambio.

Frente al inglés, lengua vehicular, en cuyo origen y matices raramente se profundiza, o al chino mandarín, que se usa en un solo país -y no en todo-, el español se emplea y estudia con regularidad en los cinco continentes, y es la segunda lengua en importancia, por ejemplo, en Estados Unidos.

Afronta el Instituto Cervantes importantes retos, como lograr que en este último país, donde el español es primera lengua en no pocas ciudades de la importancia de Miami, o en Brasil, el nuestro sea idioma cooficial.

Qué mejor cometido, no solo para el Cervantes, sino también para todas las instituciones públicas, que garantizar la pervivencia de esta lengua casi milenaria, y su correcto uso.

Así lo ha asumido su actual director, Víctor García de la Concha, eminente filólogo asturiano y director durante más de una década de la Real Academia Española, consciente de la importancia de que todas las culturas y los diferentes idiomas oficiales del Estado español se vean representadas.

El Instituto Cervantes debe considerar propio ese patrimonio lingüístico de otras comunidades autónomas, y ser el abanderado de la política de integración que la Constitución le otorga, trabajando con las comunidades autónomas con lengua propia para incluso promocionarlas en el exterior.

Los localismos son excluyentes y tienen poco recorrido, ya que la historia se encarga de que no perduren. Muchas veces, el mismo que se lleva las manos a la cabeza, alarmado, cuando alguien emplea incorrectamente nuestro idioma, como si se agrediera a algo de su propiedad, es el que tacha de intolerante a quien quiere defender que se fomente su enseñanza en todo el territorio español.

Como españoles, es bueno que apoyemos a las lenguas de nuestro país, y que las defendamos, como al resto de hablas de cada pueblo o región, pero desde el convencimiento de que hemos de velar para que ese aval a otras opciones no vaya en detrimento de la defensa de nuestro idioma.