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¿Para qué necesitamos actores? > Por Victor Asís Torres Pérez

Hasta principios de siglo XX, los actores no podían tomar sacramento y por lo tanto, no podían casarse, ser bautizados, ni, por supuesto, ser enterrados en cementerios. Dudoso honor, este, que compartían con otra casta: los suicidas. Ya entrando un poco más a mediados de siglo, continuamos viendo que, eliminado el elemento eclesiástico, los actores seguían con un mismo estatus social: eran admirados mientras estaban sobre las tablas, pero expulsados cuando bajaban. Era sabido que los actores itinerantes eran poco de fiar, traían la delincuencia a la ciudad. Los aplaudían sobre el escenario, sí, pero no querían verlos cerca de sus hijas. Eran los que tomaron el camino fácil, de no trabajar. Vagos, maleantes, hedonistas, criminales. En definitiva, ciudadanos de segunda. Y es triste ver cómo, un siglo después, pocas cosas han cambiado.

El pasado 5 de diciembre, los alumnos de la Escuela de Actores de Canarias, tanto en Santa Cruz de Tenerife como en Las Palmas de Gran Canaria, decidieron tomar medidas de protesta ante los recortes presupuestarios que ponen en grave peligro su existencia. Decidieron enseñar lo que hacen en sus clases, pero en la puerta de la Consejería. Yo, personalmente, como antiguo alumno, fui a mostrar mi apoyo, pero antes decidí tomar un barraquito en el bar de enfrente. Es en esos momentos cuando una señora o señorita, joven, bien arreglada y con una muestra clara de interés ante las pancartas que veía (en unos tiempos en que aplaudimos cualquier manifestación, incluso sin saber el tema), se acercó al camarero para preguntar:

-¿Y esto qué es?

-Actores, sin más, respondió el camarero. En ese instante, el semblante de la mujer pierde ese interés y adopta un rictus serio, su cuello se yergue todo lo que su longitud se lo permite, alza la barbilla y contesta un monosilábico y despectivo “bah”, antes de partir ignorando el problema, fuera cual fuera, de aquel centro de estudiantes, e ignorando algo más grave aún: que el problema no es del centro de estudiantes, sino suyo también.

Un mes antes aproximadamente, durante la Noche en Blanco de La Laguna, tuve la suerte y el honor de ser contratado por una compañía catalana llamada Sarruga para un pasacalle. El trabajo consistía en construir tres dragones gigantes móviles, de una complejidad e ingenio impresionantes para, posteriormente, pasearlos interactuando con la gente durante casi dos horas. Llegamos a las diez de la mañana y nos fuimos a las dos de la madrugada del día siguiente. El cansancio hizo que no pudiera disfrutar de nada más en esa noche. Justo antes de empezar, nuevamente una mujer joven, dudo que fuera la misma, como tantos otros se acercó a nosotros al ver los tres dragones montados y al enterarse que era un grupo profesional catalán que nos había contratado y no uno aficionado que trabajaba gratis, nos miró cambiando la cara y nos dijo: “Y a mí me recortan la paga extra”.

En esta afirmación, y en la anécdota anterior, subyace una pregunta ciudadana. ¿De qué sirve la cultura? ¿Para qué queremos actores? Cuando la opinión general es esa, es muy difícil pedir concienciación para los problemas de la cultura, canaria en este caso. Pero cuando salí con los dragones por las calles de La Laguna, vi la transformación contraria en la cara de la gente. Del gris diario que vemos, de gente enfadada y triste por las actuales situaciones, vi sonrisas brillantes, miradas brillantes que se dejaban llevar por la magia del momento… vi esperanza, vi ilusión, y creí que siempre podremos levantarnos, que hay motivos y potencial para lograrlo.

El recorte de la Escuela de Actores no es una situación más, es un síntoma del maltrato gubernamental al que lleva sometida la cultura canaria desde hace unos años. No es el primer recorte, es el tercero drástico en apenas tres años. Cuando Paulino Rivero recortó un 60% el presupuesto, hace ya unos dos años, incluso en mi familia, padres y hermanos de actores, afirmaron que tenía razón al preguntar “¿se lo doy a cultura y se lo quito a educación y sanidad?”, sin pararse a pensar siquiera cuántos gastos inútiles tiene el Gobierno de Canarias en coches oficiales o viajes, por poner un ejemplo. Pero decir que quitamos a cultura para dárselo a educación, es tan absurdo como afirmar que quitamos a educación para dárselo a educación. No en balde el Ministerio se llama de Educación, Cultura y Deportes.

¿Para qué queremos actores? Y esta pregunta podría extrapolarse a ¿para qué queremos artistas? Está clara la utilidad de médicos, maestros y profesores. La sanidad cuida nuestro cuerpo. La educación nos ayuda a pensar y conocer el mundo que nos rodea. La cultura hace que seamos quienes somos, y no otros. Un actor es aquel que te invita a cumplir tus sueños. Un actor es aquel que refuerza tu educación. Un actor es aquel que se atreve a subirse a un escenario y defender aquellos derechos que no tengas protegidos. Un actor es tu reflejo. Habla de ti, de quién eres y de quién puedes llegar a ser. Hace preguntas. No da respuestas porque sólo tú puedes responderlas. Ayuda a pensar, en comunión con la educación. El teatro es el reflejo de una sociedad. Así que yo pregunto: ¿qué es una sociedad sin teatro?

Estos chicos, a los que nadie importa si están encerrados en la Escuela en señal de protesta o no (lo están), creen que pelean por cumplir sus sueños, cuando en realidad pelean por cumplir los tuyos. Son estudiantes que están de diez a diez entrenando para regalarles a todos lo mejor de sí. Que creen que pueden cambiar las cosas. Son el futuro del teatro en Canarias. Son los que mantendrán vivos a Lope, a Galdós y tantos genios. No son en absoluto ciudadanos de segunda. Y es por eso que sus protestas callejeras han sido aplaudidas, y que a pesar de esta imagen han conseguido tantas firmas para su causa en change.org (No al cierre EAC). Porque la suya no es una causa menor.

“Quienquiera que condene el teatro es un enemigo de su país.”
Voltaire