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A pecho descubierto – Por Jorge Bethencourt

Por la maldita tele me habla una señora que representa (?) a una asociación o colectivo de pacientes. Yo soy un tipo bastante paciente, pero no me he enterado de haber entregado mi representación a esa venerable dama. Ajena a ese pequeño detalle, la señora expande su verborrea en la televisión señalando que la gente joven está cayendo en las redes de la cirugía estética y que en varias ocasiones se han dirigido al Gobierno para solicitar la prohibición de la publicidad de ese tipo de operaciones. Como primer paso. Luego vendría la prohibición pura y dura.

Esa manía judeocristiana de meterse en la vida y en el cuerpo de los demás es realmente cargante. Me gustaban mucho más los fanáticos de antes, que se contentaban con flagelarse con un látigo de siete colas o meterse un silicio debajo del corsé. Luego le tomaron el gusto a rebozar a los herejes en aceite hirviendo y no se les ha pasado la manía. Situar la cirugía estética tras las fronteras de la legalidad, como en la interrupción del embarazo, solo produce un submundo profesional donde los usuarios no cuentan con ninguna garantía médica.

Vivimos en una sociedad que exalta la belleza. Y de compañera de viaje, la salud. Es una sociedad que quiere ser perfecta, aséptica, sin defectos. Y es normal que la gente quiera ponerse pechos, engordar los labios o subirse el culo. Todos los que conozco que han pasado por chapa y pintura se sienten mucho más felices que antes. Intentar que se prohíba el ejercicio del derecho de propiedad de un ser humano sobre su propio cuerpo es solo una nueva y bondadosa vuelta de tuerca en esta dictadura en que colectivos morales o políticos intentan imponer a los demás, con la fuerza de la ley, sus creencias.

Es llamativo que la contestación a las mejoras del cuerpo sea tan selectiva. Pechos no. Pero no conozco a nadie que se oponga a que te cambien todos los piños por una dentadura de porcelana. O a que te sustituyan dos o tres pedazos de arterias del corazón por un trozo de la vena safena de tu propia pierna o de un cerdo. Que esto sea así no es fruto de la casualidad. Si nadie presta atención a estas otras mejoras es porque no tienen nada que ver, directamente, con el sexo. Porque, en realidad, todas estas campañas en contra del arreglo de ciertas partes del cuerpo -aquellas relacionadas de alguna manera con la interacción sexual- encubren la apoplejía religiosa de una sociedad enferma que, !todavía!, sigue considerando la sexualidad no procreadora como una desviación o una perversidad. Y no será porque ellos no jodan, porque lo intentan bastante.

@JLBethencourt