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Profeta Isaías – Por Luis Ortega

Un viejo amigo, sacerdote de una famosa e influyente congregación, me regaló durante mi estancia en Madrid el último y comentado libro del teólogo Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) que aborda un periodo popular y oscuro del Carpintero de Nazareth, su nacimiento e infancia, que califica como un capítulo cero a los dos tomos dedicados a la figura histórica de Jesús. Nos encontramos ante el belén napolitano de los hermanos García Castro, montado en una crujía del nuevo Consistorio y luego de contemplarlo y disfrutarlo juntos, hablamos en una cafetería de la polémica en torno a la presencia, o ausencia, de la mula y el buey en el belén, una bulla que bien podría haber sido una estrategia promocional ante el éxito del nuevo título del papa. Al igual que, con prontitud, lo hizo monseñor Rodríguez Camino, mi contertulio recordó que los evangelios de Mateo y Lucas -los que abordaron la niñez de Cristo- “no refieren nada al respecto”.

Le advertí que, en 1223, cuando se inició el belenismo, Francisco de Asís, en un alarde de simbólica abstracción, puso a los mansos animales a uno y otro lado de un pesebre vacío, en una gruta de Greccio y, ante ellos, ofició la misa nocturna. La razón que arguyó el fundador de los franciscanos fue la profecía de Isaías, también invocada por el portavoz de la Conferencia Episcopal Española y, con profusión por los defensores de la tradición iconográfica. “Conoce el buey a su dueño y la mula el pesebre de su amo. Israel no conoce, no discierne”. De aquel profeta, ahora tan comentado, apenas sabemos que vivió bajo los reinados de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías; y del breve libro del papa alemán, que ha batido todas las marcas de ventas y es un texto ameno y documentado, donde el autor acerca conceptos y lenguaje para la comprensión lectora del gran público. La anécdota que lo precedió ayudó a su difusión pero no sirvió para perpetrar el desahucio de los brutos -como ironizó un dibujante de prensa- del desvencijado establo, portal o cueva, donde tal día como hoy nació un niño, en el seno de una familia pobre, que predicó la igualdad entre los hombres y unos mandamientos éticos a cuyo amparo viven millones de personas en los cinco continentes. Cuando escribo estas líneas, oigo un aguinaldo venezolano, interpretado por una rondalla palmera, que dice “San José y la Virgen / la mula y el buey / fueron los que vieron / a Jesús nacer”. El coro respondía al solista: “¡Fuego al cañón!, ¡fuego al cañón!, para que respeten nuestra tradición”.