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Repaso – Por José David Santos

No llegó el fin del planeta en 2012, pero cerca está de desaparecer un mundo, el construido de manera ficticia en la opulencia de los maravillosos años de hace poco; aún muy poco. Han sido doce meses menos un día muy complicados, en los que los titulares de los periódicos se han llenado con asuntos que parecían parte de una de aquellas novelas sobre las utopías que nos mandaban a leer en el instituto. Y es que, al margen de que, en parte, todos somos un poco culpables de la dichosa crisis -o de eso nos acusan-, lo cierto es que respecto a hace un año las libertades, los logros sociales, la seguridad y las perspectivas de futuro de los españoles y, por ende, de los canarios se han visto mermadas. Más allá de las políticas de austeridad, los recortes, la necesaria, por otra parte, regulación de muchos aspectos de nuestra economía que vivían como si fuera a durar para siempre el sueño de los días de vino y rosas, poco se ha hecho a la hora de distinguir a los grandes de los pequeños o inexistentes culpables.

Chorros de tinta se han escrito ya sobre las ayudas a los bancos, de que cada día surgen nuevos ejemplos de millonarios venidos arriba con la desgracia de la mayoría y de que el reparto de la riqueza es todavía más injusto. Pero eso solo es la cortina de humo, la escenografía de la ópera bufa que cada jornada montan (montamos) los españolitos. La historia dice que somos un pueblo sufridor, yo diría que más bien superviviente a costa del otro. Es cierto que la solidaridad ha aflorado, pero, como en otras ocasiones, confundiéndola con la caridad, con la dación en pago de la mala conciencia. Quizá por eso cuando uno hace balance se descorazona ante el atrezo barato que hemos utilizado para tapar nuestras miserias, que no creo que tengan tanto que ver con lo económico, sino con la absoluta falta de referentes morales. Cínicos, descreídos, enfurecidos, chillones (sí, sin importancia, pero nos delata) y burlones, los españoles avanzamos por un mar de quejas y recriminaciones y pocas soluciones, aunque siempre hay tiempo para la alegría de un -otro- fin de año y eso, igual, es lo que importa y yo soy solo un majadero, pesimista y gruñón.

@DavidSantos74