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Sobre el Rey – Por Francisco Pomares

Todos los años escuchamos voces calificando de inútil, superfluo e intrascendente el discurso navideño del rey Juan Carlos. Curiosamente, los más activos en esa crítica son los voceros más conservadores, esa derecha de la caverna, antimonárquica desde el tardofranquismo, especialista en darle la vuelta a las cosas y presentar los hechos con el lenguaje cambiado. En realidad, la crítica no suele realizarse sobre los contenidos del discurso, normalmente irreprochable, sino sobre la propia institución de la monarquía, sacudida en los últimos años por errores y escándalos. Por formación y por ideología, yo no soy monárquico. Resulta difícil ser monárquico a estas alturas y justificar que a la Jefatura del Estado se acceda por herencia. Pero tengo ojos y veo que algunos de los países más avanzados de Europa -Suecia, Noruega, Dinamarca- son monarquías parlamentarias en las que el papel del rey como jefe del Estado es meramente simbólico, como ocurre hoy en España. Y algunos de los regímenes más brutales y sanguinarios de la historia -y del presente- son repúblicas. También tengo memoria y años suficientes: guardo en algún sitio la sensación de alivio aquella noche en la que el rey Juan Carlos se plantó contra los militares golpistas el 23 de febrero, una sensación muy presente a pesar de los esfuerzos revisionistas, protagonizados hoy por los mismos que entonces aplaudieron el golpe. Y guardo -sobre todo- la percepción de que el tránsito del franquismo a la España de la democracia habría sido muy distinto y mucho más difícil si en en lugar de este concreto rey hubiéramos tenido a otro sucesor -uniformado o no- de la dictadura.

Pero todo eso es lo de menos: lo de más es que -desde el año 1975 para acá- durante casi cuarenta años (cuarenta años es una cifra muy emblemática para quienes vivimos el final del franquismo), el saldo de aciertos y errores de la institución monárquica me sigue pareciendo favorable a la monarquía.

A pesar de la caza mayor y la caza menor, y a pesar -sobre todo- del caso Urdangarin, este rey en concreto sigue siendo un activo para la sociedad española. Hay mucho aventurero suelto en la política española dispuesto a jugarse su futuro -y el nuestro, especialmente- en la apuesta de liquidar la monarquía, más ahora que la crisis catalana resucita sin tapujos el antiborbonismo de media España.

Y hay también mucho saltimbanqui, tertulianos de cortado, que cree que todo es una fiesta y una broma, y olvida que la historia nos recuerda que hay fiestas y bromas que acaban en tragedia.