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Y el Verbo se hizo pis – Por Carmelo J. Pérez Hernández

Malditas apariencias. Estamos hechos de tal modo que, en general, nos deslumbran los tonos más almibarados de la vida y repudiamos los caminos llenos de polvo. Esta es una las razones por las que mañana, en la noche santa, el Niño nacerá un tanto solo, echando de menos el latido de millones de corazones. Claro: es que una criatura que se hace pis en la cuna no es como para tomársela en serio, dirán muchos. Tierno, un montón. Como concepto, interesante. Pero en serio, en serio… pues no.

Malditas pretensiones de grandeza las nuestras, que aborrecen la idea de estremecerse por dentro ante un niño en pañales. Ya podría haberse buscado Dios otra manera de entrar de lleno en la Historia, pensarán esos muchos. Aquello de la zarza ardiente estaba bien, porque el fuego siempre viste mucho en esto de los milagros. También lo de abrir el mar para que escaparan los israelitas. Una puesta en escena como esa habría sido brutal.

Pero no. Resulta que Dios ha elegido nuestra trémula carne para amanecer en el mundo. Nuestro Dios ha sido un niño. Un niño ha sido nuestro Dios. No caigamos ahora en ñoñerías y espiritualismos descafeinados, más propios de los que quieren salir del paso que de quien ha madurado por dentro este central acontecimiento de nuestra fe. Dios no se ha hecho niño para darnos ejemplo de humildad, ni para reivindicar a la infancia, ni para componer una bucólica imagen de bola de cristal rebosante de nieve plástica.

Dios ha amado tanto a la obra de sus manos que ha elegido desde la noche de los tiempos abrazarla en su mismo cuerpo. Eso ha sido: un arrebato de quien solo sabe amar hasta el extremo. No hay más amor en la cruz que en el portal de Belén, son dos episodios de un mismo enamoramiento.

Mañana esperaremos despiertos a cruzar la frontera de la medianoche para dar gracias a Dios por haber abrazado nuestra Historia y haberla sanado desde dentro. Por darnos la definitiva prueba de que solo necesitamos ser humanos para gustarle: ni ángeles inconsistentes, ni ascetas sin cuerpo, ni cuerpos sin interioridad. Hombres, como el niño-hombre que una noche como la de mañana se hizo pis en este mundo, y respiró nuestro aire, y despertó sus sentidos, y aprendió a caminar y a levantarse…

Las apariencias. Las terribles apariencias impiden a muchos entender en toda su profundidad esta historia de amor. El creador respirando el mismo aire que su criatura, ciñéndose el traje de su debilidad para envolverla con su aliento que todo lo levanta. Las apariencias son polvo del camino que hay que desterrar: no revistiendo la noche santa de oropeles inexistentes, sino respetando el deseo de Dios todopoderoso en su amor. Él quiso amar así, con frío. Él decidió amanecer en medio de la noche, sin focos. Él se buscó un pueblo para darse a conocer, como cualquier otro hombre. Y así ha cambiado la Historia y así aspira a cambiar la historia de cada ser humano.

Por cierto, el título no es mío. Ya quisiera yo parir genialidades así. Es del irrepetible Cortés. Yo se lo he tomado prestado porque me inspiró uno de sus dibujos. A cada uno lo suyo.

@karmelojph